Un discurso cínico en tiempos de ajuste brutal
Fernando Álvarez Castellano, presidente de Conarpesa, reveló el verdadero rostro del empresariado argentino. En un insólito e indignante intento de justificar la rebaja salarial en el sector alimenticio, el empresario declaró: «No pedimos que los trabajadores se mueran de hambre, sólo que ganen algo menos». Sus palabras, que en cualquier país con mínimos estándares de justicia social provocarían escándalo, reflejan el desprecio con el que las patronales encaran las negociaciones paritarias en un contexto de crisis y ajuste feroz impuesto por el gobierno de Javier Milei.
Las declaraciones de Álvarez Castellano llegan en un momento en que la industria pesquera, lejos de ser un sector en decadencia, goza de privilegios impensados para otras ramas de la economía. Con exportaciones dolarizadas y beneficiada por un mercado internacional siempre demandante, la actividad pesquera está lejos de la supuesta «crisis» que el empresario pretende instalar en el debate público. Sin embargo, la estrategia es clara: utilizar la excusa de la «sostenibilidad» para justificar la precarización y avanzar en un ajuste sobre los salarios de los trabajadores.
Álvarez Castellano y los empresarios del sector ya han comenzado a presionar para reducir hasta un 30% los salarios de los empleados en planta, en lo que constituye un atropello directo contra los derechos laborales. La excusa de la «competencia con Perú y China», donde los sueldos son de miseria, sólo revela la intención de arrastrar a la clase trabajadora argentina a los niveles más bajos de precariedad. No es una crisis: es una elección política y económica de los mismos de siempre.
El contexto político y económico que propicia este discurso patronal no es casual. Con Javier Milei en la Casa Rosada y un plan de ajuste salvaje en marcha, los empresarios se sienten con el aval para avanzar sin tapujos en su ofensiva contra los trabajadores. Mientras el Gobierno recorta jubilaciones, despide empleados públicos y destruye el poder adquisitivo, las grandes corporaciones buscan llevarse su parte del festín exigiendo flexibilización y salarios de hambre.
Las políticas de Milei responden con docilidad al Fondo Monetario Internacional y su receta histórica de ajuste y empobrecimiento. El resultado está a la vista: caída del consumo, desplome del mercado interno y un deterioro acelerado de la calidad de vida. En ese escenario, la pesca no es una industria en crisis, sino una de las tantas que aprovecha la ola de destrucción de derechos para maximizar sus ganancias a costa del sudor ajeno.
Lejos de la imagen de «sectores golpeados» que buscan instalar en los medios, los grandes empresarios de la pesca han tejido un pacto para negociar las próximas paritarias con una estrategia agresiva. Álvarez Castellano deja en claro su postura: las empresas deben mantenerse «firmes y consensuadas» para imponer las condiciones salariales. Lo hicieron en Rawson con el SOMU, lo intentan ahora con el Sindicato de la Alimentación en Chubut.
Este discurso de supuesta «sostenibilidad» esconde una realidad evidente: el objetivo es disciplinar a los trabajadores, imponer una agenda de mayor explotación y garantizar rentabilidad para los dueños del capital sin importar el costo humano. La precarización no es una necesidad, es una decisión política.
¿Hasta cuándo el saqueo del salario?
Lo que Álvarez Castellano pide, en definitiva, es que los trabajadores acepten perder poder adquisitivo sin chistar. «No pedimos que se mueran de hambre, simplemente que ganen algo menos», dice con la tranquilidad del que nunca tuvo que elegir entre pagar la luz o comprar comida. Pero esa «lógica empresarial» que busca imponer tiene un límite: la realidad de miles de familias que ya no pueden sostenerse con sueldos pulverizados por la inflación.
Mientras los mercados internacionales «bajan sus precios», como argumenta el empresario, en Argentina los alimentos suben por encima del promedio inflacionario, impactando de lleno en los sectores populares. Entonces, la pregunta es inevitable: ¿qué quiere Álvarez Castellano? ¿Que los trabajadores subsidien con su hambre la rentabilidad del empresariado?
Bajo el modelo de Milei, la respuesta parece ser sí. Pero la historia demuestra que el saqueo de los salarios no es eterno. Y que el pueblo tiene límites.
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