El desplome del precio internacional del petróleo sacudió a YPF, Vista, Pampa Energía y TGS en Wall Street. Mientras Milei apuesta todo a Vaca Muerta, el mercado le da la espalda y las promesas de inversión se evaporan.
El precio del barril Brent cayó estrepitosamente de 82 a 62 dólares en cuestión de semanas, generando pérdidas millonarias en las petroleras con operaciones en Argentina. El gobierno de Javier Milei, que presenta al sector como uno de sus pilares económicos, enfrenta ahora una tormenta perfecta: volatilidad global, fuga de capitales, desplome accionario y un horizonte de inversiones cada vez más lejano.
El relato oficial de Javier Milei se construye sobre un puñado de mitos neoliberales reciclados con estética libertaria: apertura total de la economía, confianza ciega en el mercado, desregulación, privatizaciones y una fe casi religiosa en la capacidad del capital extranjero para salvar a la Argentina. En ese altar de promesas, el sector energético —especialmente Vaca Muerta— ocupa un lugar privilegiado. Sin embargo, la realidad volvió a estrellarse contra la ficción. El precio internacional del petróleo se desplomó brutalmente y las consecuencias fueron inmediatas: las acciones de las principales petroleras argentinas se derrumbaron en Wall Street, arrastrando miles de millones de dólares en valor bursátil y exponiendo las debilidades de un modelo que depende enteramente del humor global y la especulación financiera.
El barril de petróleo Brent, referencia clave para el mercado argentino, cayó de US$82 a mediados de enero a un piso de US$62,80 en abril. El golpe no fue solo simbólico: fue un misil directo a las finanzas de las empresas que operan en el país. YPF perdió más de 6.000 millones de dólares en su valuación bursátil en apenas tres meses. Sus acciones cayeron de US$46 a US$29, un derrumbe de más del 35%. Vista, la firma que fundó Miguel Galuccio, cayó un 38%, mientras que Pampa Energía y TGS registraron pérdidas que superan el 30%. Ni siquiera los gigantes internacionales como Petrobras, Chevron o Shell pudieron escapar del vendaval, pero el impacto fue más demoledor en un país que depende de este sector para venderle al mundo su sueño de salvación económica.
El gobierno libertario de Milei no solo ha montado una narrativa épica alrededor del petróleo y el gas, sino que ha elegido este sector como estandarte de su política exterior, de su apertura de mercados y de su plan de reactivación. En teoría, Vaca Muerta debía ser el trampolín hacia la abundancia, el anzuelo para atraer inversiones y la base para conseguir dólares sin pasar por el incómodo trance de la producción con valor agregado o el desarrollo industrial. Pero el mundo tenía otros planes. La desaceleración de China, los aranceles de Estados Unidos, la probabilidad creciente de una recesión global y los temblores geopolíticos en Asia y Europa cambiaron las reglas del juego de un día para otro. Y cuando el viento del mercado sopla en contra, la Argentina de Milei —abierta, vulnerable y desprotegida— se convierte en un blanco fácil.
En Neuquén, mientras se inauguraba la ampliación del oleoducto que conecta Vaca Muerta con Bahía Blanca, las pantallas de Wall Street mostraban números en rojo furioso. Las promesas de aumentar las exportaciones de 190.000 a 272.000 barriles diarios para fin de año quedaron opacadas por una realidad ineludible: los precios internacionales no acompañan y la volatilidad aleja a los inversores. El propio consultor Alejandro Monteiro lo reconoce sin rodeos: los proyectos no se cancelan, pero se ralentizan. Es una manera elegante de decir que el capital financiero ya no ve con tanto entusiasmo una apuesta que, hasta hace poco, parecía una mina de oro.
No es la primera vez que la economía argentina se arrodilla ante el altar del petróleo y se encuentra con una estampita quemada. En 2020, cuando el mundo colapsaba por la pandemia, el barril llegó a cotizar por debajo de los US$22. Entonces, incluso un gobierno de corte más productivista como el de Alberto Fernández tuvo que salir al rescate con un «barril criollo» a US$45 para evitar que el sector se hunda. Hoy, la situación es distinta pero igual de preocupante. La productividad mejoró, pero el contexto internacional es más adverso. Y esta vez, el Estado no está presente para amortiguar el golpe. Al contrario: bajo el credo de Milei, cualquier intervención estatal es una herejía.
El verdadero problema es que no se trata solo de números en la bolsa. El desplome de las acciones y el retroceso de los precios implica, también, una fuerte merma en la entrada de divisas. La economía argentina necesita dólares con desesperación, y el sector energético era una de las pocas canillas abiertas. Si esa canilla se achica, el ajuste se vuelve más feroz, las metas fiscales más difíciles de cumplir y la promesa de equilibrio financiero más parecida a un espejismo.
Mientras tanto, el gobierno persiste en su prédica de «libertad o decadencia», sin asumir que la caída del Brent y el derrumbe de las acciones argentinas no son producto de ninguna conspiración bolivariana, sino de la lógica misma del mercado al que tanto adoran. El capital no tiene patria ni paciencia: huye ante la menor señal de riesgo. Y lo que Milei ofrece, con su modelo de ajuste salvaje, recortes sociales, conflictividad interna y dependencia extrema del escenario global, es un cóctel explosivo que ni el inversor más temerario quiere tomar.
El llamado «Investor Day» que YPF organizó en Nueva York para presentar sus planes de inversión de los próximos cinco años parece haber llegado en el peor momento. Mientras sus ejecutivos intentaban seducir a los fondos con promesas de rentabilidad, el mercado les recordaba —con números brutales— que la confianza no se impone con powerpoints sino con certezas macroeconómicas, estabilidad política y reglas claras. Ninguno de esos ingredientes está presente hoy en la Argentina.
La caída del Brent no solo representa una alerta roja para las petroleras. Es, también, un síntoma más del agotamiento de un modelo basado en vender recursos naturales al mejor postor sin una estrategia de desarrollo nacional. Y es una cachetada para un gobierno que reniega del Estado, pero no tiene problema en utilizarlo como plataforma de marketing para grandes empresas privadas.
En un contexto donde la recesión global asoma como una posibilidad concreta, y donde las grandes potencias ya no garantizan ni demanda ni estabilidad, la Argentina necesita algo más que fe en el mercado. Necesita política energética con planificación, soberanía sobre sus recursos, una mirada de largo plazo y una red de contención para cuando el viento cambia. Pero el dogmatismo libertario de Milei parece dispuesto a prender fuego todo eso en nombre de un orden que ni siquiera existe.
Las petroleras arden, pero no por el calor del subsuelo. Arde el modelo que las sostiene. Arde el relato del “milagro energético” repetido hasta el hartazgo. Y si el presidente insiste en caminar con los ojos vendados por el altar del mercado, será el pueblo argentino el que termine pagando las velas.
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