La crisis de las hipotecas subprime desnudó las falacias del capitalismo desregulado, mientras que la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China evidenció la fragilidad del orden económico global.
La crisis financiera de 2008, detonada por la explosión de las hipotecas subprime, marcó un punto de inflexión en la narrativa del globalismo triunfante. Este colapso no solo desnudó las falacias de un capitalismo desregulado, sino que también sembró las semillas de un proteccionismo que florecería en la guerra comercial entre Estados Unidos y China una década después. Ambos eventos, lejos de ser meras coyunturas económicas, reflejan las contradicciones inherentes al sistema capitalista y su tendencia cíclica hacia la crisis.
La crisis de 2008: el estallido de la burbuja especulativa
El colapso financiero de 2008 tuvo sus raíces en la proliferación de préstamos hipotecarios de alto riesgo, conocidos como subprime. Estas hipotecas, otorgadas sin las debidas garantías, fueron empaquetadas en complejos instrumentos financieros y vendidas globalmente, creando una ilusión de prosperidad y estabilidad. Sin embargo, cuando los precios de la vivienda dejaron de subir y los prestatarios comenzaron a incumplir, la burbuja estalló, desencadenando una crisis de liquidez que se propagó por todo el sistema financiero internacional. (1)
Este desastre —la crisis financiera de 2008— no fue un “accidente” del sistema, sino la consecuencia lógica y predecible de décadas de desregulación financiera impulsada por el dogma neoliberal. Desde los años 80, con la ofensiva del capital tras el colapso del keynesianismo, los grandes bancos, fondos de inversión y aseguradoras presionaron políticamente para desmantelar cualquier forma de control estatal sobre los mercados financieros. Esta ofensiva no fue inocente: buscaba maximizar las ganancias a corto plazo, liberar al capital especulativo de cualquier atadura legal, y convertir los mercados en verdaderos casinos globales.
Las instituciones financieras no fueron “irresponsables” en el sentido moral del término, sino coherentes con una lógica sistémica que prioriza la rentabilidad por encima de cualquier racionalidad social o económica. La creación, empaquetamiento y venta de hipotecas subprime —préstamos otorgados a personas sin capacidad real de pago— fue una estrategia consciente para inflar burbujas financieras, transferir riesgos y asegurar rendimientos inmediatos para accionistas y ejecutivos, que recibían bonificaciones multimillonarias mientras construían una estructura inestable y plagada de fraudes.
Por su parte, los organismos reguladores, como la Reserva Federal (FED) y la Comisión de Bolsa y Valores (SEC), lejos de actuar como árbitros, fueron cómplices activos. No solo miraron hacia otro lado, sino que muchos de sus funcionarios provenían de los mismos bancos que debían supervisar. Es el fenómeno conocido como puerta giratoria: funcionarios públicos que terminan trabajando para el capital financiero, y viceversa. Alan Greenspan, presidente de la FED durante buena parte del auge de las hipotecas basura, defendió públicamente que los mercados se autorregulan. Luego, ante el colapso, admitió con cinismo ante el Congreso de EE. UU. que su «modelo mental» estaba equivocado. Pero el daño ya estaba hecho.
La consecuencia fue una catástrofe económica global. Se desplomó el crédito, se desplomó el comercio internacional, millones de personas perdieron sus empleos y sus viviendas, y muchos países —especialmente en Europa y América Latina— cayeron en recesiones profundas. Pero, como en toda crisis capitalista, los costos no se repartieron de manera equitativa. Las clases trabajadoras pagaron el precio con recortes, ajustes, precarización laboral y pérdida de derechos. Mientras tanto, los bancos que causaron la crisis fueron rescatados con fondos públicos. El gobierno de Estados Unidos, junto con la FED, destinó más de 700 mil millones de dólares para salvar a instituciones como AIG, Citigroup y otros colosos financieros. En Europa, se repitió el mismo patrón, con Grecia, España e Irlanda como víctimas del ajuste impuesto para salvar a los acreedores alemanes y franceses.
Este proceso reveló una de las grandes contradicciones del capitalismo neoliberal: cuando las ganancias son privadas, pero las pérdidas se socializan. La narrativa del “libre mercado” se desvanece cuando se trata de proteger los intereses del capital. Entonces, el Estado —ese mismo Estado que antes se decía inútil, ineficiente, «interventor»— reaparece con toda su potencia, no para proteger al pueblo, sino para salvar a las grandes corporaciones. Es el Estado capitalista en su forma más pura: garante de la reproducción del capital, aún a costa de destruir el tejido social.
Desde la perspectiva de la historia social y económica, este episodio marcó un punto de quiebre. Fue el fin del consenso neoliberal globalista tal como se había formulado tras la caída del Muro de Berlín. Emergió, en cambio, una etapa de desconfianza hacia las élites económicas, el sistema financiero global y las instituciones que lo legitiman. Este malestar social fue el caldo de cultivo para fenómenos como el ascenso del nacionalismo económico, el auge de líderes populistas de derecha y, más adelante, la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
En síntesis, la crisis del 2008 no fue una simple “fallo del mercado” que podía corregirse con ajustes técnicos. Fue el síntoma más brutal de un sistema en decadencia, en el que la especulación sustituye a la producción, y la acumulación financiera se impone al bienestar colectivo. Lejos de ser una excepción, fue una manifestación profunda de las contradicciones estructurales del capitalismo contemporáneo. Y esas contradicciones, lejos de resolverse, se han agravado desde entonces.
El resurgimiento del proteccionismo: Estados Unidos vs. China
La crisis de 2008 debilitó la hegemonía económica de Estados Unidos y aceleró el ascenso de China como potencia global. Este cambio en el equilibrio de poder exacerbó tensiones latentes, culminando en una guerra comercial abierta durante la administración de Donald Trump. En 2018, Estados Unidos impuso aranceles a cientos de miles de millones de dólares en importaciones chinas, alegando prácticas comerciales desleales y robo de propiedad intelectual. China respondió con medidas similares, dando inicio a una escalada de represalias que sacudió los cimientos del comercio internacional.(2)
Este conflicto arancelario no solo afectó a las dos economías más grandes del mundo, sino que también tuvo repercusiones globales. Países «espectadores» aprovecharon la oportunidad para aumentar sus exportaciones a mercados anteriormente dominados por Estados Unidos y China, reconfigurando las cadenas de suministro y evidenciando la interconexión y fragilidad del sistema económico mundial. (3)
Análisis crítico: las contradicciones del capitalismo global
Desde una perspectiva marxista, tanto la crisis de 2008 como la subsiguiente guerra comercial son manifestaciones de las contradicciones inherentes al capitalismo. La búsqueda insaciable de ganancias llevó a la financiarización de la economía y a la creación de instrumentos especulativos desvinculados de la producción real, sembrando las semillas de su propia destrucción.
Asimismo, la globalización, presentada como un camino hacia la prosperidad universal, ha revelado ser un mecanismo para la expansión del capital a expensas de las economías periféricas y de la clase trabajadora. La guerra comercial entre Estados Unidos y China no es más que una lucha intercapitalista por la supremacía en un sistema donde la competencia desenfrenada conduce inevitablemente al conflicto.
Hacia un nuevo orden económico
La crisis financiera de 2008 no fue una simple anomalía dentro del sistema capitalista, sino una manifestación estructural de sus contradicciones internas. Lo que estalló no fue solamente un mercado especulativo sobre hipotecas de alto riesgo, sino el corazón mismo de un modelo económico basado en la financiarización, la desregulación y la fetichización del crecimiento sin límites. El capital, en su forma más abstracta y volátil —el capital financiero— había sobrepasado cualquier lógica productiva, desvinculándose de la creación de bienes y servicios reales, y anclándose exclusivamente en la valorización especulativa.
Tras la debacle, lejos de replantearse estructuralmente el sistema, los Estados —en particular los de los países centrales— optaron por socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Esto fue evidente en los multimillonarios rescates a bancos e instituciones financieras, mientras millones de trabajadores eran empujados al desempleo, la pobreza y el desaliento. Lo que se reforzó fue una lógica de clase: el Estado como garante del capital, y no como protector de los pueblos.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China, emergente poco tiempo después, no fue un fenómeno separado, sino una continuidad de esa crisis bajo otra forma. En vez de una respuesta cooperativa global para corregir los desequilibrios estructurales del sistema capitalista, el conflicto entre potencias reactivó viejas lógicas mercantilistas, nacionalismos económicos y pugnas geopolíticas que exacerbaban aún más la competencia interestatal. Se pasó de la ficción de un «mundo globalizado e interdependiente» a una cruda realidad de bloques enfrentados por el dominio del mercado, los recursos estratégicos y la hegemonía tecnológica.
Ambos eventos, crisis y guerra comercial, exponen con crudeza que el orden económico global actual está construido sobre cimientos profundamente contradictorios: una acumulación desigual, una distribución del poder asimétrica y una lógica de competencia desenfrenada que recompensa la explotación, penaliza la solidaridad y convierte al planeta en campo de batalla de intereses corporativos. Lejos de ser un accidente, esta situación es una consecuencia directa de décadas de neoliberalismo y desposesión.
Por eso, la necesidad de repensar el orden económico global no es una cuestión ética o filantrópica, sino una urgencia histórica y civilizatoria. Seguir sosteniendo un sistema que normaliza la precarización, que externaliza los costos sociales y ecológicos del desarrollo, y que bloquea cualquier intento de redistribución del ingreso y del poder, es condenar a las generaciones futuras a nuevas crisis, más brutales y más irreversibles.
Cooperación, equidad y bienestar colectivo no son simples eslóganes alternativos, sino principios que implican una ruptura radical con la lógica del capital. Significan colocar la producción al servicio de las necesidades sociales y no del lucro privado. Implican democratizar las decisiones económicas, reconocer los límites ecológicos del planeta y desmercantilizar derechos fundamentales como la vivienda, la salud o la educación.
Esto no sucederá espontáneamente ni como resultado de la «maduración del sistema». Requiere conflicto, organización y un horizonte político que recupere la centralidad del trabajo y de los pueblos en la historia. Como afirmaba Rosa Luxemburgo a comienzos del siglo XX: socialismo o barbarie. Hoy, esa disyuntiva vuelve a resonar con más fuerza que nunca.
Referencias:
- (1) https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2016/06/11_origins_crisis_baily_litan.pdf
- (2) https://www.econ.ucla.edu/pfajgelbaum/tradewar_1203.pdf
- (3) https://jackson.yale.edu/news/in-the-us-china-trade-war-how-did-some-bystander-countries-come-out-ahead/
- Harvey, David (2010). The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism
- Gorton, Gary (2008). The Panic of 2007. Yale ICF Working Paper No. 08-24.
- Acharya, Viral V., et al. (2009). The Financial Crisis of 2007–2009: Causes and Remedies. Stern School of Business, NYU.
- FCIC (Financial Crisis Inquiry Commission). (2011). The Financial Crisis Inquiry Report.
- Stiglitz, Joseph (2010). Freefall: America, Free Markets, and the Sinking of the World Economy.
- Krippner, Greta R. (2005). The Financialization of the American Economy. Socio-Economic Review, 3(2), 173–208.
- Blyth, Mark (2013). Austerity: The History of a Dangerous Idea.
- Baily, M. N., & Litan, R. E. (2008). The Origins of the Financial Crisis. Brookings Institution.
- Truscott, E. (2016). Recovering from The Great Recession: A Comparative Analysis of the Nature and Effectiveness of Global Reactionary Policy to the 2008 Financial Crisis. Political Science Undergraduate Review, 2.
- Khandelwal, A. (2022). Analyzing the Short- and Long-Term Effects of the US-China Trade War. Yale Jackson School of Global Affairs.
- Amiti, M., Redding, S. J., & Weinstein, D. E. (2019). The Impact of the 2018 Trade War on U.S. Prices and Welfare. National Bureau of Economic Research.
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