El escándalo que el gobierno de Milei no puede explicar: ¿Dónde está el oro argentino?

La desaparición de miles de millones en lingotes de oro del Banco Central expone el lado más oscuro de la gestión libertaria, entre la falta de transparencia, operaciones opacas y una preocupante entrega de soberanía financiera.

(Por Walter Onorato) La omisión del oro en el balance del Banco Central, los silencios del ministro Caputo y el presidente Bausili, y las sospechas de triangulación financiera en Basilea o Londres revelan una administración temeraria, que vende el patrimonio nacional mientras celebra ganancias construidas sobre una montaña de deuda impagable.

La entrega silenciosa del oro argentino confirma, una vez más, que el gobierno de Javier Milei no solo gobierna de espaldas a la ciudadanía, sino que además parece estar empeñado en liquidar los últimos vestigios de soberanía económica del país. El reciente balance del Banco Central, lejos de disipar las dudas, terminó de instalar una alarma gravísima: los miles de millones de dólares en lingotes de oro que formaban parte de los activos nacionales desaparecieron de los estados contables como si nunca hubiesen existido.

El Banco Central, bajo la presidencia de Santiago Bausili y con el aval explícito del ministro de Economía Luis “Toto” Caputo, omitió cualquier mención a los lingotes en el balance presentado. No hubo detalle en los activos, ni una sola nota aclaratoria, ni rastro en los statements financieros que permitiera saber dónde está ahora el oro que pertenecía a todos los argentinos. Una ausencia tan deliberada como insultante para cualquier mínimo estándar de transparencia institucional.

La gravedad no radica solo en la desaparición material de los lingotes, sino en el silencio cómplice que rodea la operación. Según fuentes financieras, los lingotes salieron del país en vuelos comerciales con destino desconocido, aunque todo indica que ahora descansan en bóvedas de Basilea o Londres. ¿Con qué objetivo? ¿Bajo qué condiciones? ¿Quién autorizó esta entrega encubierta del patrimonio nacional? Las respuestas brillan por su ausencia, mientras crecen las sospechas de que se utilizó el oro como colateral en operaciones de crédito desesperadas que hipotecan el futuro del país.

Lo más grotesco es que recién luego de que el tema saliera a la luz por una investigación periodística, el gobierno se vio obligado a reconocer, a regañadientes, que el oro ya no está en Argentina. Pero lejos de aportar explicaciones, Caputo y Bausili profundizaron la opacidad. No dicen qué tipo de operación se hizo, con quiénes, a qué plazos, ni en qué condiciones. Ni siquiera informan en qué entidad está atesorado el oro que, no hay que olvidarlo, es propiedad pública, no privada.

Un técnico bancario radicado en Suiza explicó que en los statements del balance presentado se hace una mención ambigua a dividendos e intereses, pero se infiere que allí se habrían incluido importes relacionados a «swap lines» respaldados por el oro depositado en el Bank of England. Es decir, no solo se entregó el oro: se empeñó para obtener liquidez en condiciones desconocidas, probablemente ruinosas, en un contexto de urgencia financiera total.

El nivel de precariedad institucional que demuestra el gobierno libertario es asombroso: ni siquiera tuvieron el cuidado de consignar formalmente el cambio de situación del activo más sensible que tenía el Banco Central. Una actitud que en cualquier otro país sería causal de escándalo parlamentario, investigaciones judiciales y renuncias en cadena, aquí es celebrada por funcionarios que se pavonean en redes sociales festejando balances truchos.

Pablo Quirno, secretario de Finanzas, se ufanó de que el Banco Central obtuvo «ganancias» por 19,4 billones de pesos durante el ejercicio 2024, destinando 11,7 billones al pago de deuda. Sin embargo, el maquillaje contable se revela rápidamente: el 90% de esas «ganancias» provienen de los intereses y amortizaciones de los propios bonos y letras atadas a la inflación. Es decir, el Banco Central gana dinero pagando intereses desorbitados por deuda que él mismo emite, en un círculo vicioso de autofinanciación insostenible. Celebrar este tipo de «éxitos» es tan grotesco como que una familia celebre que su cuenta bancaria crece porque refinancia todos los meses la deuda de su tarjeta de crédito con intereses usurarios.

El deterioro es tal que en la última licitación de deuda el gobierno apenas logró renovar el 70% de los vencimientos. El especialista Cristian Buteler advirtió que la remisión de utilidades del Banco Central al Tesoro para pagar deuda impaga llega justo cuando los depósitos del Tesoro empiezan a agotarse. La advertencia es clara: Argentina está recurriendo nuevamente al financiamiento del Banco Central al Tesoro, un mecanismo que el propio Milei, en su faceta de panelista televisivo, juraba erradicar.

Pero la realidad, como siempre, se impone a las promesas. El «anarcocapitalismo» proclamado desde los atriles de campaña quedó reducido a su forma más cruda: un saqueo ordenado del Estado, una fuga de activos públicos en beneficio de intereses desconocidos, una entrega de soberanía bajo la mascarada de la «eficiencia de mercado».

La desaparición del oro no es un error administrativo ni una desprolijidad contable: es la evidencia palpable de un proyecto de entrega nacional, de sometimiento explícito de la Argentina a las reglas del capital financiero internacional. Es el vaciamiento de reservas tangibles para reemplazarlas por papeles inflacionarios que solo agrandan la deuda. Es, en definitiva, la institucionalización del pillaje bajo la cobertura de una supuesta «modernización» monetaria.

Los técnicos financieros internacionales no tardaron en advertirlo. En Basilea, donde se concentran las principales autoridades de supervisión bancaria del mundo, la falta de información sobre el oro argentino sembró una incómoda inquietud. No por solidaridad con nuestro pueblo, sino por la alarma que genera ver a un país rifando sus activos estratégicos mientras acumula déficits fiscales impagables y una crisis social explosiva.

La comunidad financiera global sabe que cuando un país entrega su oro sin condiciones claras, lo que sigue es una crisis de confianza, fuga de capitales, encarecimiento de su deuda y colapso económico. Y, aunque los defensores mediáticos del gobierno se esfuercen por ocultarlo, esa es la senda que Milei y su equipo están recorriendo con entusiasmo suicida.

La pregunta que sobrevuela ahora es simple pero brutal: ¿a cambio de qué se entregó el oro? ¿Qué compromisos inconfesables asumió el gobierno? ¿Quiénes se beneficiaron —y se beneficiarán— de esta operación opaca? Hasta que estas respuestas no sean proporcionadas, el gobierno libertario no podrá ocultar que está condenado a ser recordado como el más servil administrador de la dependencia argentina en el siglo XXI.

Mientras tanto, el pueblo argentino asiste al vaciamiento de su patrimonio con la indignación anestesiada por la crisis diaria. Pero cuando la farsa de los balances truchos estalle, cuando los swaps colapsen, cuando las bóvedas estén vacías y el país no tenga con qué enfrentar sus compromisos, será demasiado tarde para lamentos. Será el momento de pasar facturas. Y será inexorable.

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