La Unión Europea lanza su primer golpe contra la política comercial de Estados Unidos e impone una batería de aranceles a productos clave. ¿Qué revela esta tensión sobre el nuevo orden económico global y el lugar sumiso de la Argentina libertaria?
En medio de un colapso internacional que marca un “lunes negro” para los mercados, la Unión Europea reacciona con dureza frente al proteccionismo estadounidense. El conflicto escala y pone en evidencia la fragilidad de las economías subordinadas. Mientras tanto, el gobierno de Javier Milei celebra la “libertad de mercado” arrodillándose ante los intereses de siempre.
La respuesta de Bruselas: entre el hartazgo y la estrategia
La Unión Europea ha decidido hablar el lenguaje que más entiende Estados Unidos: el de los aranceles. No se trata de una mera disputa comercial, sino del estallido de una tensión incubada durante años. La medida anunciada implica la imposición de gravámenes por 28.000 millones de dólares sobre productos clave estadounidenses, en una primera ola que comenzará a regir el 15 de abril. Es un contraataque en toda regla que incluye chicles, soja, carne vacuna, aves de corral, bebidas alcohólicas y electrodomésticos. Pero más que un catálogo de represalias, es una declaración de intenciones: Europa no está dispuesta a seguir tragando las imposiciones de la Casa Blanca.
Un documento oficial de 99 páginas detalla minuciosamente cada producto alcanzado. El volumen y la especificidad de la medida hablan de una preparación meticulosa, de una política coordinada y —sobre todo— de una voluntad política de plantarse. Una segunda oleada está en evaluación y se discutiría en las próximas reuniones que el bloque europeo celebrará durante este mes. Las decisiones ya no se demoran, porque el escenario global exige respuestas urgentes ante la creciente hostilidad comercial que impone Washington.
¿Por qué ahora? Porque ya no hay margen.
El contexto internacional no puede ser más tenso. La economía mundial está siendo sacudida por un sismo financiero que todavía no encuentra su epicentro. El llamado “lunes negro” es apenas una manifestación más de un modelo de globalización que hace agua por todos lados. Estados Unidos, lejos de atenuar la crisis, acelera su estrategia de nacionalismo económico, exigiendo al mundo que se adapte a sus reglas mientras protege brutalmente su mercado interno.
Europa, por fin, ha decidido que no puede seguir siendo espectadora ni rehén de una geopolítica que la empobrece. La imposición de estos aranceles no es solo una disputa puntual, sino una señal de que se ha terminado la paciencia. Frente a un EE.UU. que impone subsidios millonarios a sus industrias —rompiendo todo principio de libre competencia—, Bruselas contraataca para defender lo poco que le queda de autonomía productiva.
Un conflicto que desborda lo económico
En esta nueva guerra comercial, no se juegan solamente puntos de PBI o porcentajes de inflación. Se juega, sobre todo, la capacidad de los Estados para proteger a sus industrias, a sus trabajadores, a sus tecnologías. El modelo globalizante de libre mercado ha mutado en un darwinismo feroz donde sólo sobreviven los que tienen poder político real para defender sus intereses. Y en ese tablero, los discursos libertarios que idolatran la apertura irrestricta terminan siendo recetas suicidas.
Lo que está ocurriendo entre la Unión Europea y Estados Unidos desarma, además, el mito fundacional de una globalización armónica. No hay “mercado mundial” sin política. No hay “libre comercio” sin Estados fuertes. Y no hay desarrollo posible si se entrega la soberanía económica en nombre de una competencia que en realidad es pura trampa.
La Argentina de Milei: a contramano del mundo
Mientras Europa y Estados Unidos se baten en un duelo arancelario para proteger sus economías, la Argentina de Javier Milei celebra la apertura total, la entrega absoluta, el desguace del Estado y la dolarización de hecho como horizonte. La ironía es brutal: en el mismo momento en que las principales potencias del mundo refuerzan sus barreras comerciales para cuidar su producción, el gobierno argentino destruye lo poco que queda del aparato productivo nacional.
Milei, con su cruzada contra “el Estado ladrón” y su admiración fanática por el modelo estadounidense, se posiciona como el bufón útil de un sistema que lo desprecia. Mientras Washington subsidia a sus empresas y Europa responde con aranceles, Argentina baja impuestos a los grandes exportadores, quita retenciones, desmonta regulaciones y entrega el litio, la energía, la alimentación y la moneda. No hay política económica, hay sumisión ideológica.
Pero la realidad internacional es cada vez más tozuda. El mundo se cierra. Las potencias defienden lo suyo. La retórica de la libertad ilimitada choca contra los muros cada vez más altos del proteccionismo selectivo. En ese marco, pensar que Argentina puede competir en el “mercado global” desmantelando el Estado, eliminando subsidios a la industria y renunciando a su moneda, no es sólo un error: es una rendición.
El falso libre mercado y la estafa libertaria
La escalada de tensiones entre Europa y Estados Unidos expone, como nunca antes, la falacia del “libre mercado” que venden los libertarios criollos. No existe tal cosa. Lo que existe es una competencia regulada, dirigida, armada por Estados que planifican, invierten, protegen y sancionan. Lo demás es verso para colonizados. La Unión Europea acaba de demostrarlo: cuando se trata de intereses estratégicos, no hay ideología que impida usar el arancel como escudo.
La Argentina oficial, sin embargo, sigue adorando el mito. Javier Milei actúa como si estuviéramos en los noventa, como si el Consenso de Washington siguiera vigente, como si Estados Unidos fuera el garante de la prosperidad universal. Nada más lejos de la realidad. Hoy, incluso los demócratas norteamericanos apuestan al proteccionismo industrial. Hoy, incluso los neoliberales europeos hablan de “soberanía económica”. Sólo en Buenos Aires queda un grupo de fanáticos que cree que la libertad se consigue achicando el Estado y privatizando la vida.
Un mundo en guerra económica y un país sin defensa
Los aranceles europeos a Estados Unidos son la señal más clara de que la etapa de la globalización ingenua ha terminado. En su lugar, emerge un mundo fragmentado, competitivo, en disputa, donde cada Estado juega sus fichas con fiereza. La economía se convierte, nuevamente, en una herramienta de poder. Los países que no entienden eso quedan condenados a ser territorios de saqueo.
La Argentina de Milei, en su delirio libertario, ha elegido renunciar a esa disputa. Ha optado por la pasividad, la obediencia, la entrega. Mientras Europa impone aranceles, nosotros firmamos acuerdos de libre comercio redactados en inglés. Mientras otros defienden sus industrias, nosotros las cerramos. Mientras otros protegen a sus trabajadores, nosotros los empujamos a la pobreza con inflación, recesión y despidos.
El conflicto entre Europa y Estados Unidos no es solo una noticia de último momento: es un espejo brutal donde se refleja el rumbo suicida que ha tomado el país. Un país que, si no cambia de dirección, será apenas un apéndice subdesarrollado de una guerra económica que no lo tiene en cuenta. Porque los que no juegan, sobran. Y los que entregan todo, desaparecen.
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