La crisis financiera desatada por Estados Unidos desnuda la fragilidad de Milei: Sin plan es una motosierra oxidada

La guerra comercial lanzada por Donald Trump arrasa las economías más débiles y golpea con fuerza a una Argentina totalmente desprotegida por la política de apertura indiscriminada del gobierno de Javier Milei. El blue se dispara, los bonos se hunden, las reservas se evaporan y el riesgo país escala. Mientras tanto, el Estado se borra, el Presidente tuitea y el país se aproxima peligrosamente al abismo.

Cuando el viento sopla con violencia, los pueblos sin abrigo tiemblan. Argentina, bajo la conducción ideológica de Javier Milei, eligió quitarse el techo, las paredes y hasta la puerta de entrada. En nombre de un fundamentalismo de mercado que repite dogmas sin correlato empírico, el gobierno libertario desarmó cualquier capacidad del Estado para actuar como escudo en medio de las tormentas globales. Y la tormenta llegó. Impulsada por Donald Trump, el mismo personaje que Milei idolatra con fervor místico, la guerra comercial norteamericana no sólo está alterando las reglas del juego global: está aplastando a los que no tienen con qué defenderse.

El lunes 8 de abril de 2025 marcó un antes y un después. Los dólares financieros treparon a cifras récord, con el MEP y el contado con liquidación superando los 1360 pesos. El blue, ese termómetro no oficial que mide la fiebre económica del país, escaló a 1345. Las reservas internacionales cayeron otros 318 millones de dólares, y el riesgo país coquetea con los 1000 puntos. Mientras tanto, los bonos argentinos se desploman y las acciones de las principales empresas que cotizan en Nueva York registran caídas de hasta el 6%.

Frente a semejante terremoto financiero, el gobierno optó por el silencio. Un mutismo que no es prudencia sino negligencia. Tras una visita fallida a Washington —sin foto con Trump y con Caputo como mero acompañante—, Milei se limitó a emitir un tuit celebrando el “superávit fiscal”. Una postal grotesca: mientras el país arde, el Presidente postea.

La crisis tiene un detonante claro: la ofensiva económica de Trump para reinstalar a Estados Unidos como potencia hegemónica absoluta, sin importar los daños colaterales. La guerra de aranceles, el endurecimiento comercial y la inminente guerra de monedas trazan un nuevo mapa global. Pero lo realmente grave es cómo impacta esa realidad externa en un país que eligió desarmarse por completo. Mientras otras naciones activan medidas defensivas, en Argentina el Estado brilla por su ausencia.

El plan económico de Milei no sólo se ve afectado por la caída de confianza global y la aversión al riesgo en mercados emergentes, sino también por la pérdida de competitividad para sus productos estrella: soja, maíz e hidrocarburos. Las leves recuperaciones de las commodities agrícolas este lunes responden a movimientos especulativos, no a una demanda real. Todo indica que los precios seguirán cayendo si se confirma la recesión mundial que ya empieza a insinuarse.

El fuego cruzado del conflicto económico global también se cobra víctimas directas en el frente corporativo argentino. ADRs de firmas como Corporación América, IRSA y Grupo Galicia acumulan pérdidas superiores al 6%, reflejo de un éxodo de capitales que no encuentra dique de contención. Los bonos en dólares, tanto los Bonares como los Globales, también se desploman. El mercado no cree en Milei, y el mundo tampoco.

Pero el dato más alarmante es el que no figura en las planillas de Excel ni en los reportes de bancos de inversión: la total y absoluta parálisis del gobierno. No hay medidas, no hay control, no hay orientación. La motosierra se convirtió en un boomerang. En vez de “achicar el Estado para agrandar la Nación”, el gobierno desmontó el único instrumento capaz de intervenir ante situaciones críticas. La ideología libertaria, aplicada como religión de mercado, deja al país inerme.

Esta situación, lejos de ser pasajera, anticipa un futuro sombrío. Los informes de consultoras internacionales coinciden en que estamos ante un cambio estructural en las relaciones comerciales y monetarias globales. En ese nuevo tablero, Argentina juega sin fichas. Las negociaciones con el FMI —ya tensas— podrían dilatarse o recrudecer, y el margen de maniobra se reduce al mínimo.

Milei prometió libertad, pero nos entregó dependencia. Prometió crecimiento, pero nos arrojó a una recesión cada vez más profunda. Prometió dólares, pero hoy las reservas se evaporan y los billetes verdes valen más que nunca. Prometió orden, pero reina el caos. En lugar de blindar a la Argentina frente a las sacudidas del mercado internacional, el gobierno libertario optó por rendirse a sus pies.

Mientras tanto, los efectos de la crisis empiezan a sentirse en la vida cotidiana: la inflación amenaza con reactivarse, el consumo se desploma, y las tarifas dolarizadas se vuelven impagables. En este contexto, la “libertad” que defiende Milei no es más que la libertad del capital para fugarse, y la del pueblo para hundirse.

La estrategia de abrir indiscriminadamente la economía en un mundo que se cierra es suicida. La obsesión por eliminar regulaciones, reducir el gasto y abandonar toda forma de intervención estatal convierte a la Argentina en terreno fértil para el saqueo financiero. Pero el problema no es solo técnico, es profundamente político: el gobierno de Javier Milei ha decidido no gobernar. Ha decidido, en nombre de la libertad, dejar al país a la intemperie.

Donald Trump, aquel líder que Milei se esforzó en convertir en aliado geopolítico, termina siendo su verdugo. Lo que parecía una jugada de alineamiento estratégico se revela como un acto de sumisión que condena al país a padecer las consecuencias de una guerra comercial que no le pertenece. Trump lanzó su ofensiva pensando en China, pero los primeros en caer somos nosotros.

El escenario actual es el resultado directo de una ideología económica dogmática que desprecia la planificación, odia lo público y confía ciegamente en que el mercado se autorregula. Pero el mercado no tiene corazón, y menos aún piedad. Hoy Argentina necesita desesperadamente lo que Milei se jactó de destruir: un Estado fuerte, con herramientas de política económica, con capacidad de protección social y con soberanía monetaria.

La pregunta que sobrevuela esta crisis no es si la tormenta pasará, sino si cuando lo haga todavía habrá país. Porque la motosierra no solo corta el gasto: también corta la esperanza. Y frente a un mundo que se endurece, un país que se desarma por decisión propia está condenado a arrodillarse. La apertura indiscriminada y el Estado ausente no son sinónimos de libertad. Son, en este contexto, la antesala del colapso.

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