La empresa pesquera Río Salado cerró y dejó a 90 trabajadores en la calle

San Antonio sufre un nuevo golpe económico en medio de una crisis estructural que pone en riesgo el futuro de la actividad.

El cierre definitivo de la pesquera Río Salado en San Antonio Oeste es mucho más que una noticia de empresa: es la expresión descarnada de una crisis estructural que atraviesa a la industria pesquera patagónica y que amenaza con desmantelar no sólo fuentes de trabajo, sino también el tejido económico y social de toda la región.

Con 90 trabajadores despedidos y una empresa que condiciona el pago de indemnizaciones a la venta futura de un inmueble, el drama laboral se combina con la falta de rentabilidad, el agotamiento de los recursos pesqueros y la ausencia de respuestas efectivas por parte del Estado. Una tormenta perfecta que ya muestra consecuencias devastadoras.

La crónica de una caída anunciada

Desde hace años, los números no cerraban. La escasez de peces de talla comercial en el Golfo San Matías y la escalada de los costos operativos venían configurando un escenario cada vez más inviable. La decisión de Río Salado, confirmada durante una audiencia de la cartera laboral local, es el desenlace de una larga agonía.

El gerente de la empresa, Franco Massari, se presentó en la reunión para reconocer la incapacidad de la firma de cumplir sus compromisos. Acompañados por el delegado de Trabajo, Sergio Ortiz, y representantes del Sindicato de la Alimentación (STIA), los trabajadores escucharon una confirmación que nadie quería oír: cierre total, despidos masivos y pagos condicionados a una venta incierta.

Como si fuera poco, la falta de formalización administrativa en la AFIP impide que los despedidos accedan al seguro de desempleo, empujándolos a un limbo económico.

Indemnizaciones en el aire y derechos vulnerados

La empresa pretende abonar apenas el 50% de las indemnizaciones legales, un ofrecimiento que fue rechazado de plano por el sindicato. Desde el Ministerio de Trabajo se exigió el cumplimiento íntegro de los pagos, aunque hasta el momento no se plasmó en acta una orden formal que respalde esta exigencia.

El Sindicato de la Alimentación insiste en la defensa irrestricta de los derechos laborales y reclama además la regularización de los aportes adeudados, otro signo del deterioro prolongado que venía atravesando la firma.

Mientras tanto, la Subsecretaría de Pesca provincial, a cargo de Jessica Ressler, confirmó que Río Salado ya no posee permisos de pesca ni cupos de captura vigentes, sellando definitivamente su salida del negocio.

¿Una cooperativa sin futuro?

El gobierno provincial, en un intento por amortiguar el impacto social, sugirió la creación de una cooperativa que retome las actividades pesqueras. Sin embargo, la propuesta no genera expectativas: sin rentabilidad ni disponibilidad de pescado de calidad, el riesgo de replicar el fracaso parece demasiado alto.

Los propios representantes sindicales expresaron que la situación del Golfo San Matías es crítica, con un stock pesquero empobrecido y sin perspectiva inmediata de recuperación.

La alternativa de la cooperativa, sin un plan real de sostenibilidad, suena más a salvavidas de plomo que a solución viable.

Un problema estructural que pide soluciones de fondo

El gobernador Alberto Weretilneck reconoció recientemente ante la Legislatura provincial la gravedad de la situación: “Estamos atravesando un escenario sumamente delicado. Las empresas pesqueras del Golfo enfrentan serias dificultades para cumplir con el pago de salarios”, sostuvo.

El cierre de Río Salado es apenas un síntoma de una enfermedad mayor: la falta de políticas de manejo sostenible de los recursos, la presión financiera desmedida, la ausencia de infraestructura adecuada y la desregulación que dejó al sector librado a su propia suerte.

En este contexto, el futuro de cientos de familias depende de decisiones que deben ir mucho más allá del parche coyuntural. Hace falta una estrategia integral que recupere el potencial pesquero patagónico, protegiendo tanto el ecosistema como a quienes dependen de él para vivir.

Hoy, en San Antonio, no sólo se apagan las luces de una empresa. Se apaga también parte del sueño colectivo de una región que construyó su identidad a orillas del mar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *