El gobierno argentino, enfrascado en negociaciones desesperadas con EE.UU., enfrenta una tormenta perfecta: alineación ideológica sin resultados y un costo político que podría pagar caro.
Mientras Trump impone un castigo arancelario del 41% a las Malvinas y amenaza con una guerra comercial global, la administración Milei demora una respuesta contundente. ¿Retórica libertaria vs. realpolitik? La economía argentina, otra vez en la mira.
La jugada de Trump: aranceles como arma geopolítica y el silencio incómodo de Milei
El gobierno de Donald Trump acaba de lanzar un misil arancelario contra más de 60 países, y Argentina —aunque no sea el blanco principal— está en la línea de fuego. La decisión de imponer una tasa del 41% a las importaciones desde las Islas Malvinas (o Falkland Islands, según el glosario colonialista que usa la Casa Blanca) no es un mero ajuste técnico: es un movimiento calculado para tensionar aún más el tablero global. Y mientras el mundo reacciona, Javier Milei parece más preocupado en fotos con figuritas del liberalismo que en articular una defensa coherente para el país.
El informe de la administración Trump, publicado este 2 de abril, deja en claro que se trata de una represalia directa contra los aranceles del 82% que el Reino Unido —potencia ocupante de las Malvinas— aplica a productos estadounidenses. Pero aquí hay un detalle que duele: Argentina, que históricamente reclama la soberanía del archipiélago, no tiene voz ni voto en esta pulseada. Ni siquiera es un actor relevante en la disputa. El silencio de la Cancillería argentina es ensordecedor. ¿Dónde está la famosa «diplomacia de la libertad» que prometió Milei?
El doble discurso: alinearse con Trump y sufrir las consecuencias
Milei ha sido uno de los líderes más entusiastas en abrazar el trumpismo económico: desregulación, ataques al «socialismo» y una fe casi religiosa en el libre mercado. Pero la realidad es tozuda. EE.UU. no negocia en base a ideologías, sino a intereses. Y hoy, esos intereses pasan por proteger su industria, aunque eso signifique estrangular a economías emergentes como la argentina.
El nuevo esquema de Trump establece un arancel mínimo universal del 10%, con tasas que escalan hasta el 50% para países como Lesoto o Camboya. Argentina, por ahora, se salva de los números rojos, pero la amenaza es latente. Según el propio Trump, esta es una medida «recíproca»: si un país castiga a EE.UU., EE.UU. devuelve el golpe. Y aquí surge la pregunta incómoda: ¿Qué ha hecho el gobierno de Milei para blindar al país ante esta ola proteccionista?
La respuesta es simple: nada. Mientras Brasil y México —este último inexplicablemente excluido de los aranceles— negocian desde una posición de fuerza, Argentina sigue atada a los vaivenes de una estrategia errática. El anuncio de que el gobierno inició «negociaciones complejas» con la administración Trump suena más a un intento de salvar las apariencias que a un plan concreto.
Malvinas, el símbolo de una derrota anunciada
Que las Malvinas aparezcan en la lista de Trump con un 41% de aranceles es un guiño cruel a la impotencia argentina. El Reino Unido sigue controlando el territorio, EE.UU. lo trata como a un socio comercial más, y Argentina ni siquiera logra que su reclamo sea escuchado en medio de esta guerra arancelaria.
Milei, en su obsesión por alinearse con Occidente, ha dejado en segundo plano la causa Malvinas. No hay protestas diplomáticas, no hay movimientos en foros internacionales. Solo un silencio cómplice que refuerza la idea de que Argentina ha renunciado a su soberanía no solo en lo territorial, sino también en lo económico.
La bomba de tiempo para la economía argentina
El riesgo no termina en Malvinas. Si Trump decide extender los aranceles a productos argentinos —algo nada descabellado dado el déficit comercial que EE.UU. tiene con el país—, la frágil recuperación económica que pregona Milei podría venirse abajo. Sectores clave como el agroindustrial o la manufactura, ya golpeados por la recesión, enfrentarían un nuevo escenario hostil.
Pero hay algo peor: la posible ola de devaluaciones en monedas emergentes. Si otros países responden a Trump con medidas similares, el peso argentino —ya de por sí vapuleado— podría sufrir nuevas presiones. Y aquí, otra vez, el gobierno no tiene un plan B. La «dolarización», ese mantra repetido hasta el cansancio, no es una solución mágica ante una guerra comercial global.
Conclusión: Milei, entre la retórica y la irrelevancia
Trump ha dejado en claro que su política es «America First», no «Argentina First». Mientras el mandatario estadounidense juega al ajedrez geopolítico con aranceles como fichas, Milei sigue empeñado en vender la ilusión de que su alineamiento ideológico le dará réditos. La realidad le está pasando factura.
Si algo demuestra esta medida es que, en el mundo real, no basta con gritar consignas libertarias para proteger los intereses nacionales. Hacen falta estrategia, negociación y, sobre todo, una política exterior que no dependa de los humores de un líder extranjero.
Mientras tanto, Argentina sigue a la deriva. Y las Malvinas, otra vez, son el espejo de una derrota anunciada.
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