Milei apuesta a la ruleta financiera y se juega el futuro de todos los argentinos

Con promesas de orden fiscal y respaldo del FMI, el presidente acelera en medio de una tormenta cambiaria, inflación persistente y privatizaciones a la carta. El recuerdo de 2018 vuelve como advertencia, pero el gobierno nos quiere hacer creer que esta vez será diferente.

(Por Walter Onorato) Javier Milei lanza una apuesta temeraria: levantar el cepo, reducir el gasto aún más y abrir la puerta a privatizaciones masivas en medio de una crisis que no da tregua. Respaldado por el Fondo Monetario Internacional y bajo presión electoral, el presidente transita por un camino conocido, cargado de riesgos, desequilibrios estructurales y promesas que, hasta ahora, con esta receta nunca lograron concretarse. ¿Es este el «shock libertario» o el prólogo de un nuevo fracaso liberal anunciado?

Javier Milei decidió empujar todas sus fichas a la timba financiera y hacerlo, como él mismo se jacta, “sin pisar el freno”. En una Argentina exhausta por el ajuste, con una inflación que empieza a repuntar y una economía real que sigue en caída libre, el gobierno libertario eligió el camino más riesgoso: liberar el cepo cambiario, prometer un ajuste fiscal más profundo y acelerar el proceso de privatizaciones. Todo, en nombre de una supuesta “ventana de oportunidad” que, hasta ahora, solo parece beneficiar a unos pocos actores del poder económico concentrado.

La decisión de adelantar el levantamiento del cepo se tomó en un contexto de fragilidad. El Ejecutivo apostaba a mantener la calma cambiaria hasta las elecciones provinciales de mitad de año, con un dólar planchado y una inflación desacelerando. Sin embargo, la presión del FMI y la volatilidad internacional hicieron estallar ese diseño. En lugar de prudencia, Milei eligió la audacia irresponsable. Con una economía aún golpeada y sin margen de maniobra para amortiguar los impactos, optó por tensar aún más la cuerda.

Lo curioso —y preocupante— es que el plan se presenta como algo nuevo, cuando en realidad es una reedición de la receta de siempre: ajuste fiscal, desregulación financiera, dependencia del FMI y promesas vagas de inversiones futuras. El recuerdo de 2018 está fresco. En aquel entonces, Mauricio Macri también creyó que el Fondo podía garantizar estabilidad. El resultado fue un salto cambiario que devoró salarios, destruyó la actividad económica y disparó la pobreza. Hoy, con los mismos nombres —Luis “Toto” Caputo a la cabeza— el libreto se repite, pero con un protagonista aún más radicalizado.

Caputo, hoy Ministro de Economía, fue desplazado en su momento por el propio FMI, que exigió su salida cuando las políticas implementadas bajo su liderazgo fracasaron estrepitosamente. Hoy regresa como arquitecto del “nuevo orden monetario” de Milei, vendiendo la ilusión de un país que, por primera vez en 120 años, tendría orden fiscal, monetario y cambiario simultáneamente. La afirmación no solo es exagerada: es peligrosa, porque disfraza un ajuste brutal como épica histórica.

El gobierno se vanagloria del superávit fiscal conseguido a fuerza de licuar jubilaciones, despedir empleados públicos, cortar la obra pública y desplomar la inversión en salud y educación. Es un superávit construido sobre el empobrecimiento de las mayorías, que no garantiza ni crecimiento sostenible ni estabilidad a largo plazo. En paralelo, la eliminación del cepo cambiario, en un contexto de alta inflación y desconfianza generalizada, ya está generando presiones sobre el tipo de cambio que terminarán trasladándose a los precios. Las consultoras privadas anticipan una inflación mensual que podría volver a superar el 5%, y los reclamos salariales ya comenzaron a multiplicarse.

El supuesto respaldo del FMI y de Estados Unidos sirve para tranquilizar a los mercados, pero no alcanza para calmar la vida cotidiana de millones de argentinos. En la calle, los aumentos de tarifas, la pérdida del poder adquisitivo y el miedo a perder el trabajo siguen marcando la agenda. Mientras tanto, el presidente despliega su plan de privatizaciones, una vieja fantasía neoliberal que promete eficiencia y modernización, pero suele derivar en monopolios privados, tarifas impagables y pérdida de soberanía.

IMPSA, la empresa mendocina de ingeniería metalúrgica, fue la primera en ser entregada. En carpeta están Corredores Viales, Belgrano Cargas, Intercargo, Transener, Aysa y hasta centrales hidroeléctricas clave como El Chocón y Piedra del Águila. El objetivo es claro: reducir el Estado a su mínima expresión, sin considerar el impacto social, ambiental ni estratégico de estas decisiones. La venta se disfraza de “modernización”, pero en realidad responde a la urgencia por conseguir dólares frescos ante la falta de inversión genuina.

El proceso se plantea como transparente, pero se cocina entre operadores políticos, estudios jurídicos y fondos de inversión ansiosos por comprar activos argentinos a precio de remate. Mientras los capitales extranjeros observan con cautela y exigen garantías para girar utilidades, los empresarios locales se preparan para pescar en río revuelto. No hay un plan industrial, ni un criterio geopolítico, ni una estrategia de desarrollo. Solo la urgencia de monetizar lo poco que queda.

En el plano político, Milei juega a dos puntas. Pacta con gobernadores a cambio de apoyo en el Congreso, mientras sus candidatos se desploman en las elecciones provinciales. La alianza con lo peor del PRO y la fragmentación de Juntos por el Cambio le permiten al oficialismo avanzar con sus reformas sin un verdadero contrapeso institucional. Sin embargo, los riesgos de este experimento no solo son económicos: son democráticos.

El relato del “shock libertario” busca instalar la idea de que el sufrimiento actual es el precio de un futuro mejor. Pero ese futuro nunca llega. La economía no rebota, la inversión no fluye y la desigualdad se profundiza. Lo que sí crece es la distancia entre un gobierno obsesionado con las planillas de Excel y una sociedad que ya no tolera más sacrificios.

¿Hasta cuándo puede sostenerse esta apuesta? ¿Cuánto margen tiene Milei para seguir acelerando sin frenar? ¿Cuántos meses más puede soportar la Argentina este nivel de tensión social, inflación reprimida y desinversión productiva?

La respuesta no está en los mercados ni en los informes del FMI. Está en la capacidad de resistencia de los argentinos, en la organización social, sindical y política que pueda frenar este experimento antes de que sea demasiado tarde. Porque lo que está en juego no es una teoría económica ni una elección legislativa. Lo que está en juego es el destino del país.

Milei se juega un pleno en una ruleta cargada de dinamita. Y si pierde, no será él quien pague los platos rotos. Seremos todos nosotros.

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