La caída del 28% en volumen y del 7,5% en valor de las exportaciones de carne durante el primer trimestre de 2025 pone en jaque a una de las industrias más emblemáticas del país. El sector denuncia asfixia impositiva, falta de incentivos y un combo letal de políticas oficiales que agudizan la crisis. Mientras tanto, el Gobierno de Milei sigue celebrando “el superávit”.
La postal que dejó el primer trimestre de 2025 en la industria cárnica argentina no podría ser más alarmante. Según datos del Consorcio de Exportadores de Carnes Argentinas (ABC), entre enero y marzo se embarcaron 142.500 toneladas, una caída del 28% respecto al mismo período de 2024. El valor de esas operaciones, 694,4 millones de dólares, refleja también un retroceso del 7,5%.
Lejos de ser un problema estacional o coyuntural, los exportadores apuntan a un cóctel explosivo de medidas y omisiones del Gobierno nacional que deterioran la rentabilidad y ponen en riesgo la sustentabilidad del negocio. “La situación es muy complicada”, advirtió el consultor Víctor Tonelli, una frase que se repite como mantra entre los actores del sector, golpeados por una realidad que no da tregua.
El Gobierno de Javier Milei, en su cruzada por alcanzar el “déficit cero”, ha mantenido —y en algunos casos profundizado— uno de los principales reclamos del campo: las retenciones a las exportaciones. En el caso de la carne, la alícuota llega al 6,75% para la mayoría de los cortes exportables, lo que implica un golpe directo a los márgenes de ganancia en un contexto de costos crecientes.
El peso de la materia prima —es decir, el ganado en pie— representa entre el 82% y el 85% del precio final de exportación. Esa estructura de costos deja un margen exiguo para los frigoríficos, que además enfrentan costos logísticos en alza, inflación interna, y una volatilidad cambiaria que erosiona cualquier planificación de mediano plazo.
China, que en 2024 fue destino del 65,1% de la carne argentina exportada, redujo drásticamente sus compras en el inicio de 2025. El precio promedio por tonelada cayó a u$s4.191, un 29% menos que el pico de mayo de 2022. A la desaceleración económica del gigante asiático se suma un exceso de stock interno y una menor demanda post Año Nuevo Lunar.
La dependencia de un solo mercado externo deja expuesto al sector a los vaivenes internacionales. Pero también desnuda la falta de una estrategia de diversificación y promoción de nuevos destinos, una tarea que debería estar encabezada por la Cancillería y la Secretaría de Agricultura. Sin una política activa de inserción comercial, la carne argentina se queda sin compradores.
En el plano doméstico, la crisis también pega fuerte. La faena de ganado en enero fue de 1,142 millones de cabezas, un 2% menos que en igual mes de 2024. A la menor oferta se suma la especulación por el tipo de cambio y la incertidumbre macroeconómica. Algunos frigoríficos decidieron postergar embarques esperando una mejora en los precios o una estabilización de las reglas de juego.
En marzo, los precios internacionales repuntaron a u$s4.747 por tonelada, un 25,1% más que el año anterior. Pero la mejora no alcanzó a compensar el derrumbe en volumen. El saldo es una industria que, tras un 2024 récord (935.261 toneladas exportadas), se encuentra hoy en un callejón sin salida.
En el relato oficial, el superávit fiscal es un logro incuestionable. Sin embargo, el costo de esa “austeridad” recae sobre los sectores productivos, que ven cómo se retraen sus mercados, se recortan los estímulos, y se mantienen o aumentan las cargas impositivas. El caso de la carne es paradigmático: un sector competitivo, con demanda internacional, pero que es castigado por una lógica de ajuste sin miramientos.
Mientras Milei festeja en Twitter con gráficos que simulan estabilidad macroeconómica, cientos de trabajadores del sector frigorífico temen por sus empleos, y los productores ven cómo se desmorona la cadena de valor. La desindustrialización no es un fenómeno abstracto: se traduce en plantas que bajan su ritmo, inversiones que se frenan, y regiones enteras que pierden dinamismo económico.
El sector pide a gritos una reforma tributaria que elimine las retenciones, una política cambiaria previsible y medidas que alivien los costos logísticos. Pero el Gobierno parece más enfocado en cumplir con las metas del FMI que en sostener el músculo exportador argentino.
No hay potencia exportadora sin política industrial. No hay superávit sostenible sin generación genuina de divisas. Y no hay futuro para la carne argentina si se siguen aplicando recetas que priorizan el ajuste por sobre la producción. La carne, como el pan, como la leche, no es solo una mercancía: es parte de nuestra identidad productiva. Abandonarla a su suerte es, en el fondo, otra forma de entreguismo.
Fuente:
Se desplomaron las exportaciones de carnes y se registra una fuerte pérdida de rentabilidad

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