Desde la asunción de Javier Milei, la bicicleta financiera se convirtió en el pilar de un modelo que prometía «disciplinar» la economía. Sin embargo, la fuga de capitales, la caída de reservas y el nerviosismo del mercado han puesto en jaque esta estrategia. ¿Estamos presenciando el principio del fin?
La administración de Javier Milei llegó al poder con la promesa de una revolución liberal, asegurando que la economía se estabilizaría mediante un ajuste brutal y la confianza de los mercados. Sin embargo, lo que inicialmente se presentó como una estrategia para fortalecer las reservas del Banco Central y sanear las cuentas públicas, hoy muestra sus límites de manera alarmante. La bicicleta financiera, ese mecanismo especulativo que permitió a inversores obtener ganancias exorbitantes aprovechando el atraso cambiario y las altas tasas de interés, comienza a desmoronarse. Y con ella, se desmorona la ilusión de un gobierno que nunca tuvo un plan productivo real.
Desde diciembre de 2023 hasta principios de 2025, el gobierno de Milei consiguió mantener a flote las reservas mediante un esquema que combinaba una estricta restricción a las importaciones, una devaluación inicial que generó un atractivo rentista y el ingreso de divisas por el blanqueo de capitales. Pero la estabilidad duró poco. A medida que las expectativas de devaluación se fortalecieron, los capitales comenzaron a desarmar posiciones en pesos y a refugiarse en dólares. El resultado: una sangría de reservas que ya perforó el piso de los 27.000 millones de dólares, en caída libre.
El principal problema radica en que el modelo de Milei dependía exclusivamente de la permanencia de los capitales especulativos. Al menor indicio de inestabilidad o devaluación futura, estos actores huyen, dejando al descubierto la falta de inversiones genuinas en la economía real. La estrategia del Banco Central de subir las tasas de interés para retener pesos en el sistema financiero sólo logró postergar lo inevitable: el retiro masivo de fondos.
El propio ministro de Economía, Luis «Toto» Caputo, dio señales contradictorias que no hicieron más que aumentar la incertidumbre. Sus declaraciones confusas y la falta de un rumbo claro llevaron al mercado a desconfiar aún más del gobierno. A esto se sumó la presentación en el Congreso del secretario de Finanzas, Pablo Quirno, quien fue incapaz de brindar respuestas concretas sobre el futuro económico del país. En lugar de calmar las aguas, sus intervenciones aumentaron la sensación de que el Ejecutivo improvisa sobre la marcha.
El deterioro de las reservas se hizo evidente a partir de diciembre de 2024, cuando las cifras comenzaron a desplomarse de manera sostenida. De los 32.000 millones de dólares que se habían acumulado gracias a maniobras de corto plazo, hoy quedan apenas 27.000 millones, y la tendencia es claramente negativa. En los últimos días, el Banco Central tuvo que vender más de 200 millones de dólares diarios para contener la corrida, lo que profundiza aún más la fragilidad del esquema.
Mientras el gobierno insiste en su retórica de «aguantar hasta que lleguen las inversiones», la realidad es que ningún capital productivo apuesta a un país sin un plan de crecimiento. La bicicleta financiera se agota, y con ella, el relato de Milei sobre la supuesta recuperación económica. Lo que queda es un país con una economía paralizada, con sectores productivos devastados y con una sociedad cada vez más empobrecida.
¿Es este el principio del fin del experimento libertario? Todo indica que el modelo de Milei ha llegado a un punto de inflexión. Sin la bicicleta financiera como sostén, sin inversiones extranjeras genuinas y con una política económica errática, el colapso parece inevitable. La pregunta ya no es si la crisis estallará, sino cuándo y con qué intensidad lo hará.
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