Javier Milei aterrizó en Florida con su hermana Karina y el canciller Gerardo Werthein, ansioso por una foto con Donald Trump. Su destino: Mar-a-Lago, la opulenta residencia del expresidente estadounidense, donde asistiría a una cena organizada por el grupo Make America Clean Again (MACA). Sin embargo, lo que debería haber sido una visita diplomática con propósitos claros se convirtió en una nueva muestra del alineamiento sumiso del mandatario argentino ante los intereses extranjeros. Milei no solo aceptó las políticas arancelarias de Trump, sino que anunció que Argentina modificará su propia legislación para adaptarse a ellas.
Mientras gobiernos de otros países buscan estrategias para contrarrestar las barreras comerciales impuestas por Estados Unidos, Milei optó por la rendición preventiva. «Vamos a avanzar en readecuar la normativa de manera que cumpla con los requerimientos de las propuestas de aranceles recíprocas elaboradas por el presidente Donald Trump», declaró con la solemnidad de quien anuncia una conquista, cuando en realidad estaba oficializando un retroceso histórico en materia de soberanía económica.
Milei llegó a la gala para recibir el «Lion of Liberty Award», un galardón otorgado por su supuesto compromiso con el libre mercado. Sin embargo, la ironía es evidente: mientras celebra su adhesión a la desregulación económica, acata sin chistar las reglas de juego impuestas por una potencia extranjera. Para colmo, su discurso estuvo plagado de tropiezos. Con dificultades para leer en castellano, afirmó que su gobierno había logrado un «crecimiento del 6% en 2024» y que «sacó de la pobreza al 20% de los argentinos». Cifras que, sin sustento en la realidad, fueron recibidas con indiferencia por la audiencia norteamericana, más interesada en los discursos internos de la política estadounidense que en los delirios estadísticos del mandatario argentino.
Pero la declaración más alarmante llegó después: «Ya hemos cumplido nueve de los 16 requerimientos necesarios y he instruido a la Cancillería y a la Secretaría de Comercio para que avancen en el cumplimiento de los restantes». En otras palabras, Milei dejó en claro que su gobierno no solo acepta los lineamientos dictados por Trump, sino que trabaja activamente para cumplirlos sin resistencia alguna.
Milei había viajado a Miami con la expectativa de obtener una foto con Trump, pero al cierre de la jornada, seguía esperando. La imagen que buscaba era clave en su estrategia de alineamiento con la derecha estadounidense, en especial en momentos en que negocia un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Argentina solicitó un préstamo por 20.000 millones de dólares, de los cuales 14.000 millones serían utilizados para pagar deuda anterior y el resto para reforzar las debilitadas reservas del Banco Central.
El plan de Milei era claro: mostrarse como el alumno más aplicado del neoliberalismo y usar esa imagen para conseguir el respaldo de Trump en la negociación con el FMI. Sin embargo, hasta el momento de su regreso a Argentina, el presidente estadounidense no le había concedido ni un apretón de manos.
La sumisión de Milei a los intereses norteamericanos no es nueva. Su alineamiento automático con Estados Unidos e Israel ha llevado a Argentina a adoptar posturas que comprometen su soberanía. Un ejemplo reciente fue la votación contra el levantamiento del embargo a Cuba en la ONU, una decisión que le costó el cargo a la excanciller Diana Mondino, reemplazada de inmediato por Werthein, un hombre cercano a los intereses financieros internacionales.
Pero quizás lo más grave de su política exterior es su carencia absoluta de reciprocidad. Mientras Milei ajusta la economía argentina en favor de los intereses de Washington, Estados Unidos no ofrece ningún beneficio concreto a cambio. La decisión de aceptar sin discusión las barreras arancelarias impuestas por Trump no solo impactará negativamente en las exportaciones argentinas, sino que refuerza el rol del país como un actor subordinado en la escena internacional.
El viaje relámpago de Milei a Miami deja en evidencia el rumbo político y económico de su gobierno: un alineamiento irrestricto con los intereses de la derecha estadounidense a costa de la soberanía nacional. La promesa de «convertir a Argentina en el país más libre del mundo» queda desmentida por sus propios actos. No hay libertad en una economía que se somete a las decisiones de una potencia extranjera sin siquiera intentar una negociación más equitativa.
Milei podrá seguir jactándose de su lucha contra el «estatismo» y de su supuesta cruzada por la «libertad individual», pero la realidad es que su gobierno está hipotecando la capacidad de Argentina para decidir sobre su propio destino. Y mientras el presidente aguarda una foto con Trump, la economía argentina sigue siendo moneda de cambio en un juego donde la soberanía es la primera en ser sacrificada.
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