El Estado bonaerense despliega una respuesta integral, con inversión histórica, coordinación territorial y presencia real, mientras Javier Milei se limita al marketing y a la ausencia efectiva en la emergencia.
Con una inversión de $273.000 millones y un operativo que incluye salud, seguridad, infraestructura, producción y educación, la provincia de Buenos Aires se puso al hombro la reconstrucción de Bahía Blanca tras el temporal del 7 de marzo. La gesta solidaria y estatal contrasta con la deserción del gobierno nacional, que enarbola la motosierra incluso ante la catástrofe.

Bahía Blanca se reconstruye con esfuerzo colectivo mientras el gobierno nacional brilla por su ausencia
La emergencia climática que azotó Bahía Blanca el pasado 7 de marzo dejó una huella profunda en la ciudad. No solo por la magnitud de los daños, sino por la respuesta —o la ausencia de ella— desde los distintos niveles del Estado. Mientras el gobierno de Javier Milei se parapeta en la inacción disfrazada de «libertad» y recorte presupuestario, la provincia de Buenos Aires tomó la delantera con una inversión histórica de $273.000 millones y un despliegue territorial que demuestra que el Estado, cuando quiere, puede ser mucho más que una caricatura liberal.
El gobernador Axel Kicillof lo expresó claramente: “El temporal movilizó la solidaridad de todo un pueblo y la presencia del Estado bonaerense, que junto al municipio puso todo lo que tenía a su alcance para reconstruir las zonas afectadas.” No se trata de una frase protocolar: la reconstrucción está en marcha, y los datos lo demuestran. Más de 400 voluntarios, operativos de emergencia, refuerzo sanitario, ayuda social, ambulancias, patrulleros, kits escolares, obras hidráulicas y apoyo a la producción. Un verdadero contraataque frente al desastre, pero también frente al abandono.

Porque lo que se está jugando en Bahía Blanca no es sólo la recuperación de una ciudad, sino la disputa por el sentido mismo de lo público. ¿Quién responde cuando todo se cae? ¿Quién da la cara cuando las familias pierden todo? El gobierno nacional eligió mirar para otro lado, fiel a su doctrina de “dejar hacer, dejar pasar”. Una crueldad disfrazada de “ajuste necesario”. Mientras tanto, la provincia de Buenos Aires mostró lo que implica gobernar con responsabilidad: estar donde hay que estar.
El Ministerio de Desarrollo de la Comunidad no esperó indicaciones del Ejecutivo nacional. Salió al territorio con vehículos, personal y recursos para asistir a los vecinos. Agua potable, colchones, ropa, frazadas, materiales de construcción: lo esencial, lo urgente, lo vital. Y más aún: se duplicaron los módulos del programa MESA durante marzo y abril, porque alimentar a las familias afectadas no puede quedar librado al mercado ni a la beneficencia.

En salud, la reacción fue igual de contundente. Se reparó y puso en funcionamiento total el Hospital Penna, se desplegó un plan de contingencia con unidades móviles, se enviaron 10 ambulancias nuevas, el Tren Sanitario volvió a la ciudad y se implementó un sistema de telemedicina 24 horas. ¿Esto es adoctrinamiento estatal, como suele repetir Milei, o es la diferencia entre el abandono y la vida?
También se reforzó la seguridad con el envío de 800 efectivos policiales y más de 250 vehículos de todo tipo, incluyendo acuáticos y aéreos. Se sumaron 20 patrulleros para la flota local y se firmó el Fondo Municipal del Fortalecimiento de la Seguridad. ¿Y el gobierno nacional? Ni un gendarme, ni un dron, ni un patrullero. Solo tuits con emoticones y promesas etéreas.

En paralelo, el Ministerio de Infraestructura de la provincia dio el puntapié inicial a una inversión que marca un antes y un después: la reconstrucción del canal Maldonado, la reparación de puentes, calles y la infraestructura urbana en general. Vialidad Bonaerense puso manos a la obra para recuperar rutas provinciales, caminos vecinales y asegurar la distribución de insumos. Porque sin caminos no hay reconstrucción posible. Sin planificación territorial no hay futuro.
El transporte público también fue contemplado: se garantizó el boleto gratuito por un mes, una medida concreta para que nadie quede aislado por falta de recursos. Un gesto mínimo si se lo mira desde la lógica del capital financiero, pero monumental para quienes deben reconstruir sus vidas desde los escombros.
Y como si esto fuera poco, el Ministerio de Desarrollo Agrario se encargó de reactivar la producción hortícola y porcina, entregando vehículos, insumos y asistencia técnica. El Fondo Agrario se puso al servicio del sector productivo local. Porque reconstruir no es solo levantar paredes: es reactivar la economía desde abajo, desde la tierra, desde el trabajo.

Desde el Ministerio de Hábitat y Desarrollo también se coordinó la recolección de residuos, árboles caídos y despeje de calles junto al municipio. Porque en el barro, literalmente, es donde se ve quién gestiona y quién opina desde la comodidad del aire acondicionado y las redes sociales.
En el frente educativo, el Ministerio de Educación bonaerense distribuyó más de 10.000 kits escolares y 20.000 guardapolvos, además de reemplazar mobiliario y destinar $10.000 millones extra para la reconstrucción de edificios educativos dañados. ¿Qué hace el Ministerio de Capital Humano de Sandra Pettovello mientras tanto? Recorta, ajusta y desfinancia. Un contraste tan obsceno como peligroso.

La conectividad también fue contemplada: se enviaron insumos para garantizar internet en distintos puntos de la ciudad y se desplegaron seis generadores de energía. Además, el Registro de las Personas organizó operativos gratuitos para reponer documentación perdida. Un Estado que llega a donde debe llegar. Un Estado que acompaña. No uno que destruye.
La vicegobernadora Verónica Magario sintetizó el espíritu de esta reconstrucción en su declaración: “Este gran esfuerzo se realiza trabajando codo a codo con el municipio y su intendente, para lograr la recuperación y el bienestar de las y los bahienses.” No hay milagro libertario posible sin inversión, sin trabajo, sin presencia del Estado. Y el Estado, al menos en la provincia de Buenos Aires, está vivo, activo y al servicio del pueblo.
El contraste con el modelo nacional es doloroso. Mientras Kicillof y su gabinete recorren los barrios y planifican reconstrucción, Milei se dedica a denigrar a la función pública, a desmantelar el entramado estatal y a convertir cada tragedia en una oportunidad de mercado. ¿Dónde estuvo el presidente durante la emergencia? ¿Dónde estuvo su gabinete? ¿Dónde estuvo su famosa «libertad»?

Bahía Blanca se reconstruye, sí. Pero no gracias al milagro del libre mercado ni al coaching ideológico. Se reconstruye gracias a la decisión política de un gobierno provincial que entiende que el Estado no es una casta, sino una herramienta para garantizar derechos y dignidad. Se reconstruye con presupuesto, planificación, trabajadores, maquinaria y presencia. Se reconstruye porque hay un proyecto que no abandona al pueblo cuando más lo necesita.
Mientras tanto, la motosierra nacional sigue encendida, arrasando con políticas públicas, invisibilizando el dolor, culpando a las víctimas y vendiendo humo. En Bahía Blanca, la realidad le ganó por goleada al relato libertario. Y es una lección que todo el país debería tomar muy en serio.

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