El gobierno libertario enfrenta un deterioro acelerado de su imagen pública, mientras la oposición comienza a reorganizarse. La economía y la inseguridad, los grandes fracasos de la gestión.
La luna de miel de Javier Milei con la opinión pública se desmorona a un ritmo vertiginoso. Según los datos recientes de la consultora Zuban-Córdoba, la imagen del gobierno nacional acumula un 58% de rechazo, frente a un magro 41% de aprobación. Este escenario no solo evidencia el desgaste acelerado del oficialismo, sino que también augura un terreno hostil para la continuidad de su plan económico y político. La caída en la consideración pública es un fenómeno que, lejos de ser coyuntural, responde a la acumulación de fracasos en la gestión de la economía, la inseguridad y la incapacidad de articular respuestas efectivas a los problemas estructurales del país.
La falta de un horizonte claro en la política económica es el principal factor de desgaste. La promesa de dolarización quedó relegada a un horizonte incierto, mientras la inflación sigue carcomiendo el poder adquisitivo de la ciudadanía. La gestión del ajuste fiscal, promovida con tintes mesiánicos por el presidente, ha golpeado con particular crudeza a los sectores populares y a la clase media, que vieron desplomarse sus ingresos sin una mejora palpable en la economía real. Mientras tanto, el gobierno insiste en la retórica del «shock» y la «sangre, sudor y lágrimas», pero sin ofrecer resultados concretos ni perspectivas de una mejora sostenible.
Al descontento económico se suma la creciente preocupación por la inseguridad, un tema que Milei supo explotar en campaña, pero que ahora se convierte en un boomerang contra su propia gestión. La violencia y el crimen han escalado a niveles alarmantes, mientras el gobierno se limita a discursos grandilocuentes y culpabiliza a administraciones anteriores. La falta de políticas integrales de seguridad deja a la ciudadanía en un estado de indefensión creciente, y las encuestas reflejan cómo este problema ya ha alcanzado o incluso superado a la economía como la principal preocupación de los argentinos.
En este contexto, la oposición empieza a reconfigurarse y a discutir la estrategia para capitalizar el desgaste libertario. Cristina Fernández de Kirchner lanzó recientemente una señal inequívoca al referirse al «próximo gobierno», insinuando que el ciclo de Milei podría ser más corto de lo esperado. En el peronismo, el debate gira en torno a cómo reconstruir la unidad y ampliar su base hacia sectores que hoy rechazan las políticas de Milei, pero que no necesariamente se identifican con el kirchnerismo. La fragmentación del oficialismo y la crisis de gobernabilidad pueden abrir una ventana de oportunidad para una oposición que, aunque aún dispersa, comienza a encontrar puntos en común.
La gran interrogante es si el gobierno logrará sostenerse hasta 2025 sin un cambio de rumbo. El próximo desembolso del FMI, previsto teóricamente para abril, es la única tabla de salvación en un mar de incertidumbre. Pero incluso si esos fondos llegan, la realidad social y política puede convertirse en un obstáculo insalvable. La opinión pública ha comenzado a retirar su respaldo al proyecto libertario y, si la tendencia sigue su curso, el desenlace puede ser abrupto y traumático para el oficialismo.
Mientras Milei persiste en su cruzada ideológica y profundiza el ajuste, la sociedad argentina ya empieza a mirar más allá de su gobierno. La pregunta no es si la paciencia popular se agotará, sino cuándo y cómo ocurrirá ese estallido.
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