El bochorno parlamentario que expuso la fractura de La Libertad Avanza y el intento opositor de reactivar el Crypto-Gate
La sesión en la Cámara de Diputados del miércoles 13 de marzo quedó marcada por un descontrol inédito dentro del recinto, reflejo de una crisis política que trasciende a la oposición y se anida en el propio oficialismo. Golpes, forcejeos, insultos y un vaso de agua arrojado fueron la postal de una jornada que pasó del consenso a la violencia en cuestión de minutos. En el centro de la escena: el escándalo Crypto-Gate, la debilidad de la conducción de la Cámara de Diputados y una bancada oficialista al borde del colapso.
La jornada había comenzado con un raro clima de armonía dentro del recinto. Diputados de todas las bancadas aplaudieron la aprobación unánime del proyecto para declarar la emergencia en Bahía Blanca, impulsado por Victoria Tolosa Paz (Uníon por la Patria). Sin embargo, esa postal bucólica no duraría mucho: lo de Bahía Blanca no era el último punto de la sesión.
En el tramo final, como es habitual, se discutirían cuestiones de privilegio y homenajes. Pero la oposición tenía un objetivo: reinstalar el Crypto-Gate y forzar su debate en la Comisión de Juicio Político. La moneda digital $Libra, promovida por funcionarios libertarios, se había convertido en una estafa de proporciones y la oposición buscaba abrir una investigación parlamentaria. No había chances de que un juicio político contra el presidente prosperara, pero el sólo hecho de abrir la discusión sería un golpe demoledor para el gobierno.
Sin embargo, lo que desató el caos no fue la oposición, sino las internas dentro del oficialismo. La diputada Marcela Pagano, alineada con Rocío Bonacci, se quedó en el recinto para dar quórum a la discusión, desafiando a la conducción libertaria. Desde el estrado, un desesperado Martín Menem intentaba frenar la debacle, mientras sus aliados, como Lisandro Almirón, intentaban por la fuerza expulsar del recinto a quienes desobedecían. La imagen de Almirón y Oscar Zago a punto de irse a las manos, las agresiones verbales entre Lilia Lemoine, Pagano y Bonacci, y el vaso de agua volando por los aires fueron la confirmación de una fractura irreversible.
El escándalo llegó a su punto más alto cuando Martín Menem, en un movimiento desesperado, levantó la sesión cuando detectó un breve bache en el quórum. Eso desató la furia de los diputados de Uníon por la Patria, con un exasperado Máximo Kirchner increpándolo en plena sesión. La maniobra de Menem fue una muestra más de su frágil liderazgo, incapaz de contener las disputas internas y de gestionar un Congreso donde su coalición es minoría absoluta.
El problema de fondo es evidente: La Libertad Avanza no es un partido político, sino un rejunte de individualidades sin experiencia parlamentaria, provenientes de distintas tradiciones (peronistas, radicales, macristas y outsiders). Sin estructura, sin liderazgo claro y con una conducción que evita tomar decisiones hasta que la crisis explota, el oficialismo está en permanente estado de implosión.
La crisis no termina aquí. En un giro tragicómico, menos de 24 horas después de los incidentes, Zago y Almirón debían volver a verse las caras en la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo, encargada de evaluar los DNU de Javier Milei. La escena se repetía: el oficialismo pretendía un dictamen express para aprobar sin discusiones el decreto sobre la deuda, pero ahora con una bancada dividida y con un Zago herido en su orgullo.
Mientras tanto, la relación del Gobierno con el Congreso se encuentra en su punto más crítico. La Asamblea Legislativa ya había expuesto el deterioro: la oposición peronista no asistiendo, Milei enfrentado con el radical Facundo Manes, y su asesor Santiago Caputo amenazando abiertamente. El caos libertario no es sólo interno: también es una consecuencia de la degradación institucional permitida por otros bloques. Como bien señaló la periodista Laura Serra, «el problema no es del chancho, sino del que le da de comer».
Mientras los sectores «republicanos» del Congreso miran para otro lado, el oficialismo se desangra en su propia incompetencia. La sesión del miércoles fue una postal de lo que vendrá: un gobierno sin capacidad de gestión, una oposición que intenta capitalizar el desorden y una Cámara de Diputados que se parece cada vez más a un ring de boxeo.
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