Javier Milei confirmó por decreto el ascenso de Mariana Plaza como embajadora en el Reino Unido, pese a su explícita postura de abandonar el reclamo soberano por Malvinas. El giro diplomático desata críticas entre veteranos de guerra, diplomáticos y legisladores.
La promoción de Plaza y su esposo, también designado en Londres, marca un punto de inflexión en la política exterior argentina: desmalvinización oficial, connivencia con las potencias extranjeras y silencio ante las provocaciones británicas. La causa Malvinas, antes símbolo de soberanía nacional, hoy parece una pieza de cambio en la agenda de Milei.
Javier Milei firmó el decreto que oficializa la designación de Mariana Plaza como embajadora argentina en el Reino Unido, consolidando así una de las decisiones más polémicas en materia de política exterior de su gobierno. Plaza, conocida en la Cancillería como la impulsora de la llamada “doctrina Plaza”, es la autora intelectual de un enfoque que propone explícitamente abandonar el histórico reclamo por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. En su lugar, propone una estrategia de cooperación con los ocupantes británicos. Y el Presidente no solo la ascendió: también designó a su esposo, Carlos Gonzalo Ortíz de Zárate, como segundo al mando en la embajada. Un movimiento diplomático que huele a nepotismo y que confirma que la entrega no es solo ideológica, sino también doméstica.
Lejos de ser un gesto aislado, la designación de Plaza encarna un viraje profundo, deliberado y provocador. Mientras el Reino Unido intensifica su presencia militar en las islas mediante ejercicios bélicos y despliegues que violan la soberanía nacional, el gobierno argentino elige mirar hacia otro lado. En gestiones anteriores, estas maniobras hubiesen sido condenadas con firmeza en organismos internacionales. Hoy, el silencio es la respuesta. O peor: la complicidad. Porque si algo evidencia esta movida diplomática es que la “desmalvinización” no es un accidente, sino una política de Estado bajo el gobierno de Milei.
El malestar no tardó en estallar. La Confederación Nacional de Combatientes de Malvinas denunció penalmente a Milei por “traición a la patria” y exigió juicio político. Las críticas no solo provienen de los veteranos de guerra. En el Senado, la designación de Plaza cosechó 24 votos en contra del peronismo, una cifra inusualmente alta para una votación de ascenso diplomático. Legisladores de la oposición hablaron sin rodeos: esto es una claudicación en toda regla. Una renuncia a décadas de política exterior sustentada en el principio innegociable de la soberanía.
La doctrina Plaza representa exactamente lo contrario. Su lógica parte de una rendición preventiva: si Argentina se muestra dócil, quizás Londres nos premie con acuerdos de cooperación económica, científica o cultural. Bajo esta premisa, el reclamo de soberanía es un obstáculo, no una causa nacional. Plaza ha sugerido abiertamente que hay que abandonar la reivindicación histórica. No es una interpretación. Es una cita textual.
Pero el problema va más allá de una embajadora con ideas extravagantes. La verdadera gravedad radica en que el presidente de la Nación comparte esa visión y la institucionaliza. Porque fue Milei quien, el pasado 2 de abril —fecha emblemática para los caídos en Malvinas—, rompió el reclamo histórico al reconocer el derecho a la autodeterminación de los “malvinenses”. Una frase cuidadosamente elegida para complacer al Foreign Office británico y que, al mismo tiempo, pulveriza la lógica del reclamo argentino ante la ONU.
Este giro se produce, además, en un contexto de progresiva desarticulación del aparato diplomático. La política exterior del gobierno de Milei, lejos de apuntar a fortalecer la presencia soberana argentina, se obsesiona con cerrar embajadas, desfinanciar representaciones estratégicas y recortar el cuerpo diplomático profesional. Todo esto en nombre del ajuste. Pero la designación de Plaza y su esposo, en cambio, no tuvo restricciones presupuestarias. Porque cuando se trata de rendirse a las potencias extranjeras, el gobierno de Milei no escatima.
Desde la propia Cancillería, voces críticas señalan el impacto institucional de esta maniobra. “Es una vergüenza que saquen un decreto para una pareja. Eso es más para José C. Paz que para Cancillería”, deslizó con sarcasmo un diplomático aliado del oficialismo. Pero el problema no es solo la forma. Es el fondo. La designación del tándem Plaza-Ortíz de Zárate es un mensaje: la Argentina de Milei no reclama, no incomoda, no se planta. Se arrodilla.
A esta altura, la pregunta no es si el gobierno abandonará la causa Malvinas. La respuesta ya está clara: lo está haciendo. La pregunta es cuánto más está dispuesto a entregar. Porque la sumisión no se detiene en las islas. Implica renunciar a una política exterior autónoma, subordinándose a los dictados de Washington y Londres. Implica ceder posiciones en foros internacionales. Implica aceptar el sobrevuelo de aviones militares británicos en espacio aéreo argentino sin emitir ni una nota de protesta. Implica, en definitiva, dejar de ser un Estado soberano para convertirse en una sucursal ideológica del mundo anglosajón.
La historia argentina está plagada de gestos de dignidad diplomática. Desde el repudio al ALCA en Mar del Plata hasta la denuncia constante de la militarización del Atlántico Sur, los gobiernos democráticos han sostenido, con matices, una postura clara sobre Malvinas. Pero Milei vino a romper esa tradición. A demolerla. Y lo hace con la virulencia de quien desprecia todo símbolo nacional que no encaje en su lógica de mercado y privatización.
El nombramiento de Mariana Plaza es más que un ascenso. Es una declaración de principios. El principio de que nada es sagrado, ni siquiera la memoria de los caídos. El principio de que la soberanía se negocia, se relativiza, se abandona si resulta inconveniente para los intereses de turno. Es el principio de una Argentina colonizada simbólica y diplomáticamente. Una Argentina sin reclamos, sin memoria, sin dignidad.
Pero hay algo que este gobierno no puede borrar con decretos: la memoria colectiva. Malvinas no es una bandera vacía. Es una herida abierta, una deuda pendiente, una causa nacional que trasciende gobiernos. Y aunque Milei intente sepultarla bajo su modelo de relaciones carnales y subordinación geopolítica, la historia juzgará su cobardía. Y tarde o temprano, el reclamo volverá a ocupar el lugar que le corresponde: el del orgullo y la resistencia.
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