Con la campaña en el horizonte, el gobierno de Javier Milei suaviza su postura interna y cambia su estrategia de purgas rápidas por una aparente estabilidad. La supervivencia política se impone sobre la intransigencia ideológica.
Atrás quedaron los despidos fulminantes y las desvinculaciones intempestivas en el gobierno y la bancada oficialista. La próxima contienda electoral obliga a La Libertad Avanza a proteger a sus propios cuadros, incluso cuando sus conductas antes hubieran sido imperdonables. La realpolitik libertaria, en su máxima expresión.
El gobierno de Javier Milei ha entrado en una nueva fase: la del pragmatismo electoral. Atrás quedó la primera etapa de su mandato, marcada por purgas veloces y un estilo de gestión que convertía cualquier traspié en una condena definitiva. Ahora, con la urgencia de consolidar su poder en un escenario político incierto, el mileismo se ha vuelto sorprendentemente clemente con su propia tropa. Lo que antes era motivo de expulsión inmediata ahora se maneja con cautela y contención.
Este cambio no es casualidad ni signo de madurez política, sino una jugada de supervivencia. En la era de la polarización extrema que propició el propio Milei, la lealtad ciega era la moneda de cambio más valiosa. Pero en la actualidad, el gobierno sabe que necesita retener sus cuadros a toda costa, aun cuando estos incurran en «errores» que meses atrás hubieran significado su destierro inmediato.
El caso de la diputada nacional Marcela Pagano es un claro ejemplo de esta flexibilidad recién adquirida. A pesar de haber jugado en contra del gobierno en el debate por el DNU sobre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, no sólo se mantiene en su banca, sino que también se le garantiza continuidad. En otra etapa, haber «complicado» una sesión tan crucial la habría convertido en un cadáver político. Sin embargo, la necesidad de sostener la estructura legislativa libertaria parece haberle ganado a la rigidez ideológica.
El jefe de asesores, Demian Reidel, también se benefició de este cambio de paradigma. Luego de haber afirmado que «el problema de Argentina son los argentinos», y de haber redoblado su postura con burlas en redes sociales, en otra época habría sido despedido sin miramientos. En lugar de eso, recibió una reprimenda simbólica en redes por parte del inefable «Gordo Dan», uno de los guardianes mediáticos del relato mileista, y luego fue acogido en la Casa Rosada con una invitación de Karina Milei. La redención, en tiempos de elecciones, es un bien accesible para quienes ostenten la cuota de poder correcta.
Otro caso paradigmático es el de Patricia Bullrich. A pesar de la ineficacia de su operación durante la marcha de los jubilados, el gobierno optó por blindarla en lugar de castigarla. La ministra de Seguridad sigue gozando del respaldo del oficialismo, incluso cuando sus decisiones generan malestar puertas adentro. El mileismo sabe que no puede permitirse dar señales de debilidad en uno de los únicos terrenos en los que conserva cierto apoyo popular: el orden y la represión.
Este giro estratégico también queda reflejado en la situación de Martín Menem. Tras la filtración de un audio en el que arengaba a los diputados libertarios a «agitar» la sesión sobre la deuda con el FMI, el gobierno decidió minimizar el escándalo. Aunque desde la propia bancada admitieron por lo bajo que el audio era real, nadie osó sugerir una posible expulsión. Menem, primo del principal asesor de Karina Milei, es intocable. La lealtad de sangre pesa más que cualquier traspié.
El mileismo, que en sus inicios se vendió como una fuerza incorruptible, muestra así su cara más pragmática y oportunista. El gobierno sabe que, con la elección en el horizonte, la estabilidad interna es más valiosa que la pureza ideológica. Los días de ejecuciones políticas sumarias han quedado en pausa. No porque Milei haya cambiado, sino porque la coyuntura lo obliga.
La pregunta es qué sucederá después de los comicios. ¿Volverá el modo despiadado, o la red de supervivencia política que el gobierno está tejiendo se convertirá en un modelo de gestión más estable? En un gobierno que ha hecho de la imprevisibilidad su marca registrada, la respuesta es incierta. Pero por ahora, Milei y su entorno han optado por protegerse entre ellos, aun cuando eso implique tragar sapos que antes consideraban indigeribles.
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