El repudio de excombatientes, dirigentes y su propia vicepresidenta.
El 2 de abril de 2025 quedará registrado como el día en que un presidente argentino claudicó ante la potencia colonial británica. En una cadena nacional que desató un repudio transversal, Javier Milei dinamitó el reclamo histórico por la soberanía de las Islas Malvinas, reconocido por la ONU desde 1965, y respaldó el falaz derecho de autodeterminación de los kelpers. La traición al interés nacional no solo indignó a la oposición, sino también a excombatientes y hasta a su propia vicepresidenta, Victoria Villarruel, quien, en un gesto inédito, decidió no acompañarlo en el acto oficial.
La justificación de Milei para semejante entrega fue tan insólita como vergonzosa: según el mandatario, Argentina no está en condiciones de reclamar soberanía porque «somos la escoria del mundo», debido a la corrupción y la incompetencia de su dirigencia. Su insólita argumentación rozó el delirio cuando afirmó que solo podrá haber un reclamo válido cuando «los malvinenses voten con los pies» y elijan voluntariamente ser argentinos. La lógica de Milei no solo contradice la resolución 2065 de la ONU y la propia Constitución Nacional, sino que desconoce la historia misma: los habitantes originales de Malvinas fueron desalojados a la fuerza por el Reino Unido en 1833, y desde entonces Londres impuso una población a su medida.
El repudio no tardó en llegar. Cristina Fernández de Kirchner fue una de las primeras en alzar la voz, calificando a Milei de «cipayo», es decir, un servil a los intereses extranjeros en desmedro de la nación que lo vio nacer. En la misma línea se manifestó el presidente de la UCR, Martín Lousteau, quien consideró que el discurso del libertario «atenta contra el reclamo histórico y es un insulto a los excombatientes». Pero quizá la crítica más demoledora provino de Guillermo Carmona, exsecretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, quien denunció que «ningún presidente argentino llegó a este punto de funcionalidad con los británicos». Daniel Filmus, otro exsecretario del área, advirtió que las palabras de Milei sientan un peligroso precedente: «Es la primera vez que un mandatario argentino reconoce un derecho de autodeterminación que ni siquiera la comunidad internacional acepta».
Mientras Milei pronunciaba su discurso rodeado de su círculo de confianza, a metros del cenotafio un nutrido grupo de excombatientes se veía impedido de ingresar al homenaje. La seguridad presidencial, en su ya habitual despliegue autoritario, cerró el acceso a quienes, hace 42 años, arriesgaron su vida por la Patria. «Nosotros fuimos los actores principales de esa epopeya y estamos mirando desde afuera», lamentó Fabián Volonté, veterano de guerra. En sus manos sostenía las fotos de sus compañeros caídos, a quienes ni siquiera se les permitió ser recordados con dignidad en un acto que debería haberles pertenecido.
Un dato no menor fue la ausencia de Victoria Villarruel, quien en un gesto cargado de simbolismo decidió no asistir al acto oficial. En cambio, la vicepresidenta viajó a Ushuaia, donde encabezó un homenaje paralelo junto al gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella. Desde allí, Villarruel hizo un llamado a «malvinizar la causa», citó al papa Francisco e instó a implementar «políticas hemisféricas para evitar el saqueo de potencias extranjeras». Si bien su postura está lejos de ser irreprochable, su distanciamiento de Milei demuestra hasta qué punto el discurso presidencial resultó indefendible.
La entrega de Milei a los intereses británicos no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de sumisión geopolítica. Su alineamiento incondicional con Estados Unidos, su desprecio por los BRICS y su intento de desmantelar la industria nacional responden a la misma lógica de dependencia. En ese contexto, su postura sobre Malvinas no sorprende: para un gobierno que desprecia la soberanía, la claudicación es una política de Estado.
El pueblo argentino, sin embargo, no olvida. La causa Malvinas está grabada a fuego en la memoria colectiva y trasciende gobiernos. Por más que Milei intente desdibujarla con su retórica servil, la historia le recordará su traición. La soberanía no se mendiga ni se supedita a criterios economicistas. La soberanía se defiende, se ejerce y se reclama con dignidad. Milei eligió el camino de la entrega. Pero el pueblo, tarde o temprano, le hará pagar el costo de su infamia.
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