El tarifario: Un millón de dólares por asiento en cenas selectas y hasta cinco millones por reuniones individuales

Mientras Donald Trump se posiciona como el candidato fuerte del Partido Republicano, crece el escándalo por la venta de acceso privilegiado a cifras multimillonarias. Cenas a un millón de dólares y reuniones privadas por cinco revelan el negocio detrás de la maquinaria MAGA.

En el corazón del lujoso Mar-a-Lago, donde las copas de champán burbujean y los tapices dorados intentan opacar el hedor de la corrupción, el expresidente Donald Trump ha transformado la política en un espectáculo de élite al mejor postor. Según reportes recientes de Wired, The Guardian y Axios, Donald Trump —o más precisamente, su maquinaria financiera y política, el Super PAC MAGA Inc.— está cobrando cifras astronómicas por acceder a su círculo más íntimo: un millón de dólares por asiento en cenas selectas y hasta cinco millones por reuniones individuales.

La democracia estadounidense, aquella que alguna vez pretendió ser un faro de igualdad y acceso al poder por medios republicanos, hoy se vende en bandeja de plata. Y lo que se sirve sobre ella no es otra cosa que la influencia, la promesa de acceso y, probablemente, la capacidad de moldear decisiones futuras si Trump regresa a la Casa Blanca.

Lo que denuncian estas fuentes no es una anécdota aislada ni una exageración periodística. Se trata de eventos verificados mediante invitaciones filtradas, declaraciones de donantes y documentos oficiales vinculados a la recaudación de fondos de la campaña. Axios, por ejemplo, publicó detalles precisos sobre el funcionamiento de estas reuniones exclusivas, revelando el modus operandi de una estructura que se camufla bajo el eslogan de “Make America Great Again” mientras fortalece los lazos entre dinero e influencia.

La práctica no es nueva en la política estadounidense, pero lo que sorprende aquí es la desvergüenza del tarifario: los montos no están atados a la campaña electoral, ni siquiera a políticas públicas concretas. Son pagos por cercanía, por intimidad política, por estar “dentro” de la burbuja trumpista en el momento en que se delinean estrategias, candidaturas y, potencialmente, decisiones de gobierno.

El super PAC como herramienta de captura

El uso de Super PACs como intermediarios para canalizar donaciones es legal en los Estados Unidos, siempre y cuando no haya una coordinación directa con los candidatos. Sin embargo, en la práctica, esa línea es difusa, porosa, casi ilusoria. MAGA Inc. ha demostrado ser no solo una fuente masiva de financiamiento, sino una plataforma desde donde se construye un círculo de fidelidades políticas condicionado por el dinero.

El mensaje es claro: quien quiera estar cerca del poder, debe pagar. Y no hablamos de cifras simbólicas. Un millón de dólares para sentarse en una cena —sin agenda política concreta, sin participación en debates ciudadanos, sin rendición de cuentas— convierte la política en un bien de lujo. Y los cinco millones que se exigen por reuniones privadas colocan a Donald Trump más cerca de un CEO de conglomerado transnacional que de un dirigente democrático.

Una lógica que se expande

Este modelo de recaudación no es solo problemático en términos éticos, sino que también exporta un paradigma peligroso: el de la política como club privado, donde las decisiones que afectan a millones se discuten entre pocos, a puerta cerrada y con chequera en mano.

La amenaza no es solo para la política estadounidense. La influencia global de figuras como Trump, y su estrecha conexión con sectores ultraderechistas de Europa y América Latina, hace que estas prácticas sean imitadas, celebradas e incluso justificadas en nombre de una supuesta eficiencia empresarial.

En países como Argentina, donde el ascenso de Javier Milei ha puesto en debate los límites entre lo público y lo privado, el modelo Trump sirve de faro —o de advertencia. La idea de que el poder es un servicio premium, accesible solo para quienes puedan pagarlo, erosiona cualquier noción de soberanía popular.

La nueva aristocracia: empresarios y donantes

Los nuevos reyes no llevan coronas, sino contratos. No necesitan títulos nobiliarios, sino balances millonarios. En esta reconfiguración de las élites, ser donante de Trump no solo es un acto de apoyo político, sino una inversión con retorno asegurado: regulaciones a medida, exenciones fiscales, cargos en el gabinete o embajadas estratégicas.

La lógica de “pay to play” se instala como forma dominante de hacer política en el siglo XXI. Y lo que se pierde en el camino es el ciudadano común, excluido de la conversación, reducido a un espectador impotente mientras se subastan las decisiones que afectan su vida cotidiana.

Una democracia en venta

El caso de Trump y su máquina de recaudación es la expresión más brutal de una democracia secuestrada por el dinero. Pero también es una advertencia. Las instituciones pueden resistir los embates autoritarios; lo que difícilmente soportan es la corrosión lenta del sistema a través de prácticas naturalizadas que convierten la política en un mercado de favores.

Mientras las cenas a un millón se celebran bajo lámparas de cristal y risas cómplices, afuera el pueblo norteamericano —y el mundo que lo observa— queda una vez más a la intemperie. Lo que se cocina en Mar-a-Lago no es solo una cena de lujo: es el menú de una democracia agonizante.

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