Con el pretexto de modernizar una Carta Magna de 1962, el gobernador Maximiliano Pullaro impulsa una reforma constitucional que encubre su intento de perpetuarse en el poder. La participación de La Libertad Avanza en esta jugada revela la alianza entre el conservadurismo tradicional y el ultraliberalismo autoritario.
(Por Osvaldo Peralta) Santa Fe inauguró el calendario electoral 2025 con una elección crucial: la de convencionales constituyentes que redactarán una nueva Constitución provincial. Lo que se presenta como un avance institucional podría convertirse en una peligrosa regresión democrática. Los resultados dan una amplia ventaja al oficialismo, mientras las listas libertarias y reaccionarias se disputan el segundo lugar. La reelección del gobernador Pullaro asoma como objetivo encubierto en este proceso, con el aval cómplice de los seguidores de Javier Milei.
Santa Fe abrió el año electoral 2025 y, con ello, también abrió una caja de Pandora institucional. Lo que se anunció como una jornada democrática ejemplar para elegir a los convencionales que redactarán la nueva Constitución provincial es, en realidad, una operación política de alta peligrosidad. El principal impulsor, el gobernador Maximiliano Pullaro, obtuvo este domingo un contundente 37,6% de los votos a través de su frente oficialista Unidos para Cambiar Santa Fe, y con ese respaldo proyecta avanzar en una reforma que incluye una cláusula de reelección que hoy la ley no permite.
La última Constitución santafesina data de 1962. Claro, los tiempos cambiaron. Pero no todo cambio es progreso. La excusa de la “modernización institucional” esgrimida por Pullaro no es otra cosa que un plan de reingeniería política al servicio de su proyecto personalista. Y lo más preocupante es que lo hace desde una posición de poder que amenaza con utilizar la reforma como un traje a medida.
Con un padrón de más de 2,8 millones de electores y utilizando el sistema de Boleta Única de Papel —novedad que permite camuflar mejor las manipulaciones simbólicas—, los santafesinos votaron a 69 convencionales constituyentes: 50 por distrito único y 19 por circunscripciones departamentales. Una arquitectura electoral diseñada para dar una pátina de legitimidad técnica a un proceso profundamente viciado de origen.
Los resultados son ilustrativos y, a la vez, alarmantes. Pullaro logró imponer su fuerza política con claridad, dejando lejos a sus competidores. Detrás, el panorama se volvió aún más sombrío. Nicolás Mayoraz, representante de La Libertad Avanza y operador de los intereses mileístas en la provincia, se ubicó muy cerca del segundo lugar con un 13,4% de los votos, apenas por detrás del peronista Juan Monteverde (13,8%) y de la mediática Amalia Granata (12,9%).
La fragmentación opositora y la consolidación de las fuerzas conservadoras y de ultraderecha muestran un escenario fértil para que avance un modelo de poder autoritario pero con fachada democrática. Pullaro y Mayoraz —aunque provienen de tradiciones políticas distintas— parecen compartir una visión de la política centrada en el control verticalista del Estado, el debilitamiento de los mecanismos de participación real y la construcción de liderazgos personales por encima de las instituciones.
La coincidencia no es casual. La Libertad Avanza ha mostrado una y otra vez su desprecio por las formas republicanas cuando no se ajustan a sus fines. Javier Milei ha afirmado, sin tapujos, que “la casta” debe ser destruida, pero en los hechos pacta con los gobernadores que le garantizan gobernabilidad —o negocios—. Pullaro, por su parte, sabe que para mantener su proyecto a largo plazo necesita del respaldo (tácito o explícito) del poder nacional, aunque eso implique aliarse con las expresiones más reaccionarias del espectro político.
La elección de convencionales se presenta como un hito democrático, pero esconde una peligrosa concentración de poder. No habrá segunda vuelta. No hay mecanismos de participación directa posteriores. Lo que se vote ahora tendrá consecuencias estructurales para los próximos años. Y todo indica que la reforma buscará consagrar la reelección del gobernador como primer punto de un nuevo orden político provincial.
¿Dónde queda la pluralidad? ¿Qué voz tendrá la ciudadanía más allá del acto electoral? ¿Quién controlará a los convencionales, muchos de los cuales responden ciegamente a sus líderes políticos? Las respuestas son inquietantes. En vez de una apertura hacia una democracia más participativa, Santa Fe podría estar entrando en una etapa de simulacro institucional, donde se legisla para blindar proyectos personales y se debilita el control ciudadano.
Resulta inevitable advertir la semejanza de este proceso con otros experimentos autoritarios disfrazados de reformas. La narrativa de la eficiencia, la modernización y la gobernabilidad se impone como discurso hegemónico, mientras en los hechos se recortan derechos, se clausuran debates y se vacía de contenido la idea de soberanía popular.
Pullaro no es un outsider. Es un dirigente que representa lo más rancio del radicalismo reciclado, y que hoy cabalga sobre la inestabilidad nacional para consolidarse como un nuevo caudillo de provincia. Su jugada constitucional no busca fortalecer a Santa Fe, sino garantizarse poder a largo plazo en un contexto nacional fragmentado, donde cada gobernador se refugia en su feudo mientras el gobierno nacional destruye sistemáticamente las bases del Estado.
La complicidad de La Libertad Avanza en este proceso es aún más grave. La fuerza de Milei, que se vende como adalid de la libertad, participa activamente de una elección que puede terminar avalando la reelección indefinida, un mecanismo típicamente autoritario. No sorprende: los libertarios han demostrado que su idea de libertad es, en realidad, la libertad del poder para imponerse sin límites.
En resumen, la elección de convencionales en Santa Fe no es solo un hecho local. Es un laboratorio de lo que puede venir a nivel nacional: reformas constitucionales a medida de los poderosos, participación ciudadana reducida al voto cada cuatro años y una creciente alianza entre conservadurismo tradicional y liberalismo extremo.
La democracia santafesina está siendo puesta a prueba. Y lo hace en un contexto de retroceso institucional a nivel nacional, con Milei promoviendo una lógica de demolición del Estado y Pullaro construyendo, ladrillo por ladrillo, su torre de poder.
El resultado de esta elección, aunque parcial, ya deja un mensaje claro: los actores políticos que hoy dominan la escena están más preocupados por perpetuarse que por construir una provincia justa, equitativa y verdaderamente democrática.
Si no se encienden las alertas ahora, mañana será demasiado tarde.
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