Estafa y saqueo: el capitalismo nunca fue bienestar, solo riqueza para unos pocos

El capitalismo y su farsa del bienestar: el modelo que agoniza mientras las élites se enriquecen

El analista internacional Marcelo Brignoni, con su habitual claridad, desmontó en una reciente entrevista en Radio 10 la gran falacia del capitalismo como garante del bienestar. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, este sistema logró perpetuarse sobre un discurso hábilmente construido, prometiendo una prosperidad que, en realidad, solo benefició a unos pocos mientras condenaba a la mayoría a la precariedad.

Brignoni es contundente: el capitalismo nunca tuvo como fin mejorar la vida de las personas. Si ese hubiera sido su objetivo, llevaría otro nombre. En su análisis, desnuda las prioridades de este sistema: el capital es más importante que la vida, la propiedad privada vale más que los derechos humanos y la libre circulación de dinero es más relevante que la movilidad de las personas.

El espejismo del “capitalismo humano” –esa quimera que aseguraba que la acumulación de riqueza podía ir de la mano con la justicia social– quedó sepultado con la caída de la Unión Soviética y el auge del neoliberalismo. En su lugar, emergió la financiarización extrema: elites que amasan fortunas sin producir nada tangible, sin crear un solo tornillo, como dice Lula, especulando con la vida y la muerte de economías enteras desde una computadora.

El gran fraude del Estado de bienestar

Para Brignoni, el Estado de bienestar no fue más que una estrategia de los dueños del poder para contener la amenaza revolucionaria del comunismo. Mientras la URSS existía, los capitalistas aceptaban invertir en inclusión social, educación y salud pública para evitar levantamientos populares. Pero, una vez eliminado el enemigo, esas políticas se volvieron “innecesarias” y la plutocracia global se lanzó de lleno a saquear sin restricciones.

El neoliberalismo globalizador profundizó esa tendencia, suprimiendo cualquier atisbo de equidad. La propiedad privada se volvió el único dogma sagrado, mientras que el bienestar colectivo pasó a ser un estorbo en el camino del crecimiento descontrolado de las grandes corporaciones. Lo más perverso de este modelo es que logró hacer que las víctimas del sistema admiren a sus verdugos. Brignoni destaca que hoy la especulación financiera es vista como una virtud, y los grandes fondos buitre son reverenciados como modelos de éxito.

El colapso de la política tradicional y la irrupción de la ultraderecha

Frente a este panorama de devastación social, la ultraderecha emergió como la gran beneficiaria del descontento. No porque tenga soluciones reales, sino porque los sectores populares han sido abandonados a su suerte por dirigencias políticas que se niegan a reconocer sus fracasos. Brignoni es lapidario al respecto: “Milei seguiría siendo panelista de televisión si el gobierno del Frente de Todos no hubiera sido el desastre que fue”.

Para el analista, la debacle del peronismo y de las izquierdas en general no radica solo en su mala gestión económica, sino en la traición de los principios que en teoría defendían. Gobiernos progresistas que llegaron al poder prometiendo justicia social terminaron aplicando ajustes, endeudando a sus países y cediendo ante las presiones de los grandes grupos económicos. Ante este panorama, los sectores populares, desencantados y sin representación real, se volcaron a opciones extremas, como Milei en Argentina o Trump en Estados Unidos.

Sin embargo, Brignoni advierte que el experimento ultraderechista es insostenible en el tiempo. Gobiernos como el de Milei solo pueden sostenerse mientras enfrente tengan a una oposición aún más decadente. “Milei no es la solución, es el síntoma de un sistema roto”, sentencia.

Renovación o extinción: el dilema de las izquierdas

Para Brignoni, la única salida viable es una renovación profunda de la dirigencia política. Usando una metáfora futbolística, plantea que “es absurdo pensar que los mismos técnicos que mandaron al equipo al descenso serán los que lo hagan campeón de la Libertadores”. Sin autocrítica, sin cambios reales, el ciclo de derrotas seguirá repitiéndose.

Ejemplos como el de López Obrador en México o Pepe Mujica en Uruguay demuestran que es posible construir alternativas populares sin caer en los vicios del pasado. Pero en Argentina, en lugar de aprender de estos modelos, la dirigencia política pretende ser eterna, aferrándose a un poder que la sociedad ya no le reconoce.

Brignoni cierra con una frase de Perón que resuena con fuerza en estos tiempos turbulentos: “La sociedad marcha con sus dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de sus dirigentes”. La pregunta es cuánto tiempo más tardarán en darse cuenta los que todavía creen que el pueblo es idiota y que el problema es la gente y no su propia ineptitud.


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