Interna feroz: Las traiciones y compras de candidatos en el ocaso del macrismo

Mientras Javier Milei insiste en absorber al PRO, Mauricio Macri responde con frases filosas y una advertencia brutal sobre la “compra” de dirigentes. La guerra fría entre ambos escala a fuego cruzado.

Las tensiones entre el presidente Javier Milei y el exmandatario Mauricio Macri alcanzan su punto más crítico. Acusaciones de corrupción, reproches por el manejo político y un acuerdo bonaerense empantanado exponen el choque entre dos modelos de poder. En el centro del conflicto, el “triángulo de hierro” que rodea al libertario y el colapso de una fusión política que ya no disimula su fracaso.


En política, los silencios suelen decir más que las declaraciones, pero cuando los protagonistas deciden hablar, lo hacen a los gritos. Así ocurrió en esta última semana, en la que Javier Milei y Mauricio Macri rompieron con cualquier atisbo de prudencia para arrastrar a la opinión pública a una interna que ya no se cocina a fuego lento, sino a llama viva. El telón de fondo es claro: una disputa sin retorno por la conducción de la derecha argentina, con epicentro en la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires. Pero lo que subyace es una pelea por el poder desnudo, sin filtros, sin disimulo y sin lealtades.

El intento de fusión entre La Libertad Avanza y el PRO se ha convertido en una comedia de enredos donde el guión lo reescriben los egos. Lejos de consolidar una alianza programática, el proyecto se pudre en su propio cinismo. El PRO teme ser fagocitado por un oficialismo errático que gobierna con impulsos mesiánicos. La Libertad Avanza, por su parte, no quiere socios: busca subordinados. Y en esa tensión irreconciliable, la interna se transforma en espectáculo de decadencia.

La escena se desató en dos frentes: por un lado, Karina Milei —la secretaria general de la Presidencia y arquitecta electoral del oficialismo— convocó a dirigentes del PRO con la expectativa de encarrilar un acuerdo provincial. Del otro lado, Mauricio Macri, parapetado en su bastión de Balcarce, lanzó una frase que golpeó como un misil: “Los dirigentes que tenían precio ya fueron comprados, los que quedamos tenemos valores”.

Esa declaración no sólo fue un mazazo a la moral de los que ya cruzaron de vereda, sino una forma de encender fuego sobre las operaciones del oficialismo. La respuesta de Milei, previsible por su estilo provocador, no tardó en llegar: “Que traiga la factura, que la muestre”. Un intento burdo de banalizar una acusación grave, como si el sistema político argentino fuera una góndola de supermercado donde se exhiben dirigentes en oferta.

Pero el trasfondo es mucho más oscuro. Porque lo que Milei intenta naturalizar como parte del juego es, en realidad, una operación de absorción descarada, donde el oficialismo utiliza recursos del Estado y presiones informales para fragmentar al PRO. Una práctica que recuerda a lo peor de la política que Milei juró combatir. El “nuevo orden” libertario es, en verdad, una reedición cínica del viejo clientelismo, sólo que con acento en dólares y retórica incendiaria.

La incomodidad se extiende. El presidente del PRO en la provincia de Buenos Aires, Cristian Ritondo, aparece atrapado en el fuego cruzado. Por momentos actúa como vocero del entendimiento, por otros como rehén de una estructura que se desmorona. Trece intendentes del PRO fueron al búnker libertario en San Telmo para presionar por un acuerdo. Pero se volvieron con las manos vacías y una promesa postergada: una cumbre en quince días con 300 concejales. Una escenografía más cercana al marketing electoral que a la construcción de una coalición política seria.

En paralelo, Macri eligió la Quinta Sección Electoral para disparar otra advertencia, esta vez más estructural: “Todavía no hemos escuchado claramente un mensaje de vocación de hacer una alianza de partidos”. El exmandatario no sólo cuestiona el fondo del proyecto libertario, sino también su forma de conducción. Apunta directamente al llamado “triángulo de hierro”: Karina Milei, Santiago Caputo y el propio Milei. Tres figuras que concentran el poder con una lógica cerrada, sin contrapesos, ni vocación de institucionalidad.

Y allí se encuentra el verdadero eje de esta disputa: la idea de alianza que cada uno sostiene. Para Macri, debe construirse con base en valores, acuerdos y programas. Para Milei, debe cimentarse sobre la sumisión, la fidelidad personal y la fusión sin condiciones. No se trata, por lo tanto, de una negociación política. Se trata de una batalla por el modelo de dominación. Y en esa batalla, Macri parece haber comprendido que su capital político está siendo devorado por una lógica autocrática.

La tensión también se manifiesta en los roles institucionales. Macri, con mirada crítica, señaló que Karina Milei es “la única responsable del sistema partidario libertario”. Una forma elegante de decir que el Presidente ha delegado todo en su hermana y en su “cerebro” Santiago Caputo, reduciendo la política a un experimento de laboratorio. La Casa Rosada, lejos de desmentirlo, lo confirma: “No hay posibilidad de una alianza como quiere Macri. Es fusión o nada”. Es decir, una invitación a la disolución de la identidad del PRO en una fuerza que no admite matices.

Ese es el punto de quiebre. Porque mientras el libertarismo avanza con su lógica de arrasamiento, el PRO se desangra entre la resistencia y la capitulación. La frase de Macri, en ese contexto, no es sólo una denuncia. Es también una autodefensa desesperada: “Nosotros vamos a poner todo lo mejor que tenemos. Me da la sensación que a todos los que tenían precio ya los compraron, acá no hay gente con precio, hay gente con valores”.

Pero, ¿cuáles son esos valores? ¿Acaso el PRO, partido que sostuvo el endeudamiento criminal con el FMI y el vaciamiento del Estado durante cuatro años, puede hoy presentarse como reserva moral? El discurso de Macri, por momentos, huele a oportunismo, a intento de recuperar centralidad frente a un Milei que lo ignora, lo minimiza y lo provoca.

Porque si algo ha quedado claro en esta interna es que Milei no quiere socios, quiere subordinados. Lo dejó explícito al referirse a Axel Kicillof como “el soviético, comunista, bolchevique” que debe ser derrotado en provincia de Buenos Aires. Para el libertario, el enemigo está claro. Y todo lo que no se someta a su voluntad es parte del problema.

La política argentina vive una etapa de descomposición acelerada. La pelea entre Macri y Milei no es un debate sobre ideas. Es una disputa de poder cruda, sin principios, donde se trafican lealtades y se compran voluntades. El futuro de la derecha está en disputa, pero el daño al sistema institucional ya está hecho.

En esta guerra entre egos y operaciones, la democracia se reduce a una mesa de póker donde cada jugador apuesta su capital sin mirar las consecuencias. Y mientras tanto, el país espera —una vez más— que alguien se ocupe de gobernar.

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