Javier Milei está en el ojo de la tormenta. No es una tormenta cualquiera. No es una de esas crisis políticas que el oficialismo logra sortear con discursos encendidos o apelaciones a la «casta». Esta vez, el epicentro es un escándalo de proporciones internacionales que involucra directamente al presidente de la Nación con una estafa monumental. Una operación fraudulenta que, sin su participación activa, no habría sido posible. Un engaño que tiene tres elementos clave: la estafa, el presidente como pieza clave de la misma y la conexión entre ambos.
El caso es simple pero letal: Milei promocionó en redes sociales un proyecto de inversión dudoso, lo hizo en primera persona, fijó el tuit para que nadie lo pasara por alto y generó una ola de confianza en un esquema que terminó siendo un fraude. Sin su tuit, sin su respaldo, la estafa no habría ocurrido. Así lo señaló Lucas Romero, director de Sinopsis Consultores, quien aseguró que «sin el tuit del presidente, esta estafa no hubiera ocurrido».
Lo más grave de este escándalo es que deja al descubierto tres debilidades estructurales de la autoridad de Milei: su credibilidad, su honestidad y su inteligencia. Porque, si no es un corrupto, entonces es un incompetente. Y, de cualquier forma, el desenlace es el mismo: un presidente que no está a la altura de la investidura que ostenta.
Una trampa planeada con presisión quirúrgica
El esquema de la estafa sigue patrones clásicos. Las promesas de inversión fraudulentas suelen concretarse los viernes a la noche, cuando los potenciales estafados están relajados, navegando en busca de oportunidades. En este caso, el plan se ejecutó con una precisión escalofriante. No fue un error, no fue una «inocente equivocación». Hubo reuniones previas, hubo contactos, hubo avales explícitos del gobierno.
No sólo Milei estuvo involucrado, también funcionarios de primera línea. Pero lo más grave es que el presidente no es un inexperto en el mundo cripto: es un economista que ha dado charlas sobre el tema, ha promocionado productos de este tipo antes de asumir y, según las palabras de Romero, «va a ser difícil creerle al presidente que no tenía dimensión de lo que podría ocasionar este tipo de proyectos».
Golpe a la economía y a la imagen internacional
El escándalo no solo arruina la ya debilitada imagen de Milei ante la opinión pública argentina, también afecta la percepción de los mercados internacionales. ¿Quién confiará en un país cuyo presidente respalda estafas? Como señala Romero, «¿con qué confianza un inversor viene a invertir en este país, estando el presidente involucrado en este tipo de escándalos?». La respuesta es clara: ninguna.
Esto ocurre en un momento particularmente inoportuno para el gobierno. Milei venía de anunciar una inflación en baja, de lograr ciertos avances legislativos y de sostener una narrativa de «credibilidad» ante el mundo. Pero esta semana, todo eso quedó sepultado bajo un escándalo que ya ha sido replicado por los principales medios internacionales. El New York Times no dudó en calificar a Milei como «estafador» y la credibilidad de su gobierno se desmorona con la misma velocidad con la que sus seguidores, atónitos, ven cómo su líder queda expuesto.
La «autoinvestigación» y la falta de explicaciones
La respuesta del gobierno hasta ahora ha sido insuficiente. Para intentar contener el daño, Milei anunció una «investigación interna» en el Ejecutivo para esclarecer lo ocurrido. Es decir, el presidente va a investigarse a sí mismo. La estrategia no sorprende, pero tampoco engaña a nadie. «No parece ser el canal más apropiado para creer que esa investigación va a estar libre de influencia política», sostuvo Romero con una claridad brutal.
En el fondo, lo que subyace es una cuestión fundamental para cualquier gobierno: la reputación. Un presidente sin credibilidad es un presidente sin poder. Y Milei está viendo cómo su capital político se evapora a una velocidad que ni él, con su verborragia y sus insultos, podrá frenar. La pregunta es si este escándalo será el punto de quiebre o si, una vez más, logrará surfear la crisis con discursos grandilocuentes y teorías conspirativas. Por ahora, la realidad se impone: el escándalo es indiscutible y las consecuencias son impredecibles.
Deja una respuesta