Javier Milei en modo De la Rúa: entre el silencio, el desorden y el desconcierto

En Paraguay, el presidente argentino mostró un comportamiento errático que generó alarma incluso en su propio entorno. Su incapacidad para sostener una declaración conjunta sin trabarse y la repentina cancelación de una conferencia de prensa encendieron todas las alertas.

La visita oficial al país vecino dejó más preguntas que certezas. Con un discurso trabado, conceptos fuera de lugar y una presencia débil, Milei expuso sin filtros las grietas de su liderazgo. En la comparación inevitable con el final del gobierno de De la Rúa, el paralelismo se vuelve cada vez más inquietante.


Javier Milei atraviesa su momento más delicado desde que asumió la presidencia. Lejos de los fuegos artificiales de sus inicios, la gestión libertaria empieza a mostrar síntomas preocupantes, no solo en lo económico y social, sino también en lo simbólico y político. La imagen que dejó su visita a Paraguay fue, sin vueltas, desoladora: un presidente errático, confundido y vacilante, que no logró articular un discurso mínimo sin cometer errores ni sostener la compostura ante su par, Santiago Peña.

El escenario parecía ideal para recomponer imagen luego del fracaso en Mar-a-Lago, donde no pudo concretar una foto con Donald Trump, y de una serie de derrotas legislativas que mellaron su autoridad. Pero nada de eso ocurrió. En cambio, lo que se vio en Asunción fue un Milei desconectado, incómodo, con dificultades incluso para leer un breve texto frente a la prensa internacional. La esperada rueda de prensa fue cancelada sin explicaciones por parte del gobierno paraguayo, dejando un vacío que dice más que cualquier comunicado oficial.

Los murmullos no tardaron en circular entre funcionarios, asesores y periodistas: ¿qué le pasa al presidente? ¿Por qué esa fragilidad discursiva? ¿Por qué ese tono monocorde, casi anestesiado? En lugar de aprovechar una visita diplomática para fortalecer vínculos y mostrar liderazgo, Milei dejó una estela de incertidumbre y desorden que impactó incluso a los observadores internacionales.

La palabra que más se repitió fue «errático». Pero no fue solo la forma, sino también el contenido: el presidente argentino insistió en incluir términos como “colectivismo”, más propios de su batalla cultural doméstica que del marco de una declaración conjunta con un mandatario extranjero. El desconcierto de Peña era palpable. Su gesto rígido, forzado, fue el de quien intenta ser diplomático frente a un invitado que no entiende el código del juego.

Este tipo de deslices no son menores. En diplomacia, la palabra es poder. Y Milei no solo perdió el hilo de su intervención: perdió el control de la escena. A eso se suma un silencio preocupante en sus redes sociales, el canal por el cual usualmente lanza diatribas, responde críticas y refuerza su figura pública. El apagón comunicacional se interpretó como un repliegue estratégico frente a una serie de fracasos que no puede maquillar ni siquiera su tropa de trolls digitales.

Desde el discurso desafortunado en el acto por Malvinas —donde reivindicó la autodeterminación de los isleños y provocó el repudio de los excombatientes— hasta el bochorno en Mar-a-Lago, Milei viene encadenando errores que muestran un patrón: la desconexión con la realidad. Su gobierno parece más preocupado por sostener una épica virtual que por construir consensos o tejer relaciones geopolíticas con inteligencia.

La imagen del presidente en Asunción fue un espejo demasiado fiel del vacío que empieza a rodear su gestión. Un texto breve, mal leído. Una conferencia cancelada. Un lenguaje ajeno al contexto. Y un silencio que, lejos de calmar las aguas, profundiza las sospechas.

El escenario recuerda cada vez más al final del gobierno de Fernando de la Rúa. Las señales de deterioro son similares: aislamiento, pérdida de iniciativa política, mensajes confusos, un entorno que ya no disimula el desconcierto y una creciente percepción de que el presidente no está a la altura del momento histórico. La diferencia es que Milei ni siquiera parece dispuesto a construir el decorado institucional. Su apuesta por la confrontación permanente y la deslegitimación de todo el que disienta no solo lo aísla, sino que lo debilita.

En los pasillos del poder, la preocupación empieza a filtrarse. No porque los funcionarios vean amenazada la gobernabilidad de inmediato, sino porque el liderazgo del presidente muestra signos visibles de fatiga prematura. Y en un país como Argentina, donde la estabilidad institucional es una construcción frágil, la imagen de un presidente que no puede sostener tres minutos de discurso sin equivocarse es una bomba de tiempo.

Peña, por su parte, mantuvo la compostura, aunque no pudo ocultar el desconcierto. La escena fue incómoda para todos los presentes. Y aunque desde la Casa Rosada intentaron bajarle el tono al episodio, lo cierto es que la alarma ya está encendida. La oposición tomó nota. Los mercados también. Y los aliados externos comienzan a preguntarse si el experimento Milei no se está desmoronando más rápido de lo previsto.

Detrás del show libertario, el gobierno tambalea. Las promesas de ajuste como “única salida posible” chocan con la realidad social que se deteriora día a día. Las internas en el Congreso, las derrotas judiciales, los cuestionamientos del FMI y la pérdida de iniciativa son síntomas de un desgaste acelerado. Y ahora, a todo eso, se suma el componente personal: la duda sobre el estado físico y mental del presidente.

La visita a Paraguay, lejos de oxigenar su imagen, la empañó aún más. Milei no solo no pudo convencer: no pudo siquiera sostenerse. En política, la percepción es clave. Y hoy la percepción que crece es la de un presidente que empieza a desdibujarse, que no logra ordenar su discurso ni su agenda, y que, como De la Rúa en sus últimas semanas, parece más espectador que protagonista del drama que ayudó a escribir.

El libertario que prometía romper el sistema con ideas disruptivas hoy apenas puede balbucear conceptos sin sentido en actos diplomáticos. Su transformación en caricatura ya no es una exageración opositora: es una evidencia pública.

La pregunta ya no es si Milei podrá cumplir su programa de gobierno. La pregunta es si podrá siquiera terminar de articular un mandato sin que el caos simbólico y la desconexión total terminen por sepultarlo.

La historia argentina no necesita repetir sus tragedias. Pero todo indica que estamos viendo una reedición, en clave grotesca, de una caída anunciada. Milei, como De la Rúa, parece haber perdido el control de sí mismo antes que el control del país. Y en la Argentina, eso siempre termina mal.

Fuente:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *