La CGT incomoda con un paro a Milei pero la UTA mira para otro lado

El segundo paro general convocado por la CGT expone no sólo el ajuste despiadado del gobierno libertario, sino también las grietas internas del movimiento obrero. La UTA decidió no plegarse a la medida, dejando a sus trabajadores sin representación en uno de los momentos más críticos del país.

Mientras Javier Milei profundiza un modelo de demolición social, la Confederación General del Trabajo convoca a un nuevo paro general para el 9 de abril. Pero la Unión Tranviarios Automotor, a pesar de representar a un sector clave como el transporte, eligió quedar al margen. ¿Complicidad, presión o estrategia? La ausencia de la UTA desnuda las tensiones dentro del sindicalismo argentino frente a un gobierno que no oculta su odio de clase.


El próximo 9 de abril, la CGT convocó a un nuevo paro general contra las políticas de Javier Milei. No se trata de una medida simbólica ni de una simple muestra de descontento: es una respuesta directa a un gobierno que, en apenas cuatro meses, devastó salarios, jubilaciones, empleo, derechos laborales, subsidios y paritarias. Sin embargo, una pieza clave del engranaje gremial argentino se despegó del frente de lucha: la Unión Tranviarios Automotor (UTA), que anunció que no se sumará a la medida de fuerza.

La decisión es, cuanto menos, desconcertante. En un país donde el transporte público se convirtió en un campo de batalla entre el gobierno nacional y los usuarios por culpa de los tarifazos, el gremio que representa a choferes de colectivos y trabajadores del sistema de transporte urbano decidió mirar para otro lado. Se trata del mismo sindicato que meses atrás amenazaba con paralizar el país ante cualquier demora en los pagos de salarios, subsidios o bonos, y que ahora prefiere llamarse a silencio frente a una ofensiva gubernamental sin precedentes contra los derechos de los trabajadores.

Javier Milei no oculta su desprecio por el sindicalismo ni por el modelo laboral argentino. En sus discursos y medidas, quedó claro que su prioridad es destruir cualquier forma de organización colectiva que se interponga entre el capital y la maximización de beneficios. Desde su llegada a la Casa Rosada, promovió despidos masivos en el Estado, desregulación laboral, eliminación de fondos para obras sociales y el vaciamiento progresivo de la negociación colectiva. Pese a todo esto, la conducción de la UTA decidió no hacer paro.

El argumento esgrimido por el secretario general del gremio, Roberto Fernández, es que “el transporte no puede parar porque deja a la gente sin posibilidades de trabajar”. El problema con esta explicación es que, al no parar, lo que deja es a sus propios afiliados sin voz frente a un gobierno que los golpea sin anestesia. ¿Desde cuándo un paro general tiene como objetivo no incomodar a nadie? ¿No era justamente la fuerza del paro la que obligaba a los gobiernos a escuchar?

Las declaraciones de Fernández contrastan con la gravedad del momento. El boleto mínimo de colectivo en el AMBA subió más de un 400% en pocos meses, las empresas reciben menos subsidios, los sueldos de los choferes quedaron pulverizados por la inflación, y muchos trabajadores del sector denuncian condiciones cada vez más precarias. A pesar de todo, la UTA elige la pasividad. ¿Por qué?

Algunos hablan de una interna feroz entre gremios del transporte. Otros, de presiones del propio gobierno para evitar la paralización total del país. También se apunta a acuerdos subterráneos entre ciertos dirigentes sindicales y sectores del poder económico que hoy tienen el oído presidencial. Lo cierto es que la decisión de la UTA erosiona la potencia del paro general y deja al descubierto las fisuras de un movimiento obrero que no logra una unidad real frente al ajuste más brutal desde los años noventa.

La CGT, por su parte, no se quedó callada. La convocatoria al paro general no sólo es una medida concreta, sino un gesto político que busca reinstalar en el centro de la agenda el costo humano del modelo mileísta. A diferencia del paro del 24 de enero, esta vez la central obrera se mostró más decidida a sumar a otros sectores, desde organizaciones sociales hasta sindicatos estatales, docentes y de la salud. En el comunicado oficial, señalaron con claridad que las políticas del gobierno “han generado una caída brutal del salario, un deterioro feroz de las jubilaciones, despidos, cierre de fábricas y comercios, y una pérdida constante de poder adquisitivo del conjunto de la sociedad trabajadora”.

En este contexto, la ausencia de la UTA no sólo es una falta de solidaridad: es una grieta que debilita al conjunto del movimiento obrero y le da oxígeno a un gobierno que necesita divisiones para avanzar. Javier Milei gobierna con una lógica de confrontación permanente. Divide para reinar, insulta para silenciar, ajusta para disciplinar. Y entre más fragmentados estén los gremios, más fácil le resulta imponer su programa de ajuste.

Pero la pregunta clave es otra: ¿qué pierde un gremio como la UTA al no enfrentar este modelo? ¿Cree acaso que quedando al margen se salvará del fuego? ¿Piensa que puede sobrevivir con un transporte subsidiado a la mitad, con salarios licuados y con trabajadores expuestos a la violencia cotidiana de un sistema en colapso? La historia del movimiento obrero argentino demuestra que los sindicatos que negocian de espaldas a sus bases terminan siendo funcionales al poder que los destruye.

La sociedad argentina, mientras tanto, vive las consecuencias del experimento libertario en carne propia. El desempleo crece, la pobreza se multiplica, los jubilados pierden poder adquisitivo cada mes, las tarifas se vuelven impagables, y los docentes, médicos, científicos, pymes y estudiantes universitarios son empujados al borde del abismo. En ese escenario, el sindicalismo tiene el deber histórico de estar a la altura, de representar, de incomodar, de confrontar.

El 9 de abril será una nueva oportunidad para medir fuerzas, para salir a la calle y decirle al gobierno que no todo se puede vender, recortar o destruir. Pero también será una prueba para los sindicatos: aquellos que estén, demostrarán compromiso. Los que no, quedarán marcados por su ausencia.

Porque cuando la patria duele, el silencio también es una forma de traición.

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