A un año del gobierno de Javier Milei, la central obrera redobla su ofensiva con una marcha por el Día del Trabajador, que anticipa una nueva fase de confrontación social frente a un modelo de país que empobrece, reprime y pulveriza derechos.
El 30 de abril, la CGT volverá a tomar las calles. No será una efeméride más: será una jornada de resistencia activa al plan de desguace nacional. Con el Monumento al Trabajo como destino simbólico, los gremios buscan canalizar el creciente hartazgo popular frente a un gobierno que convirtió al ajuste en religión y al odio de clase en bandera. La protesta también expone las fisuras internas del oficialismo, que intenta deslegitimar los reclamos con discursos vacíos y una represión cada vez más feroz.
La CGT ya no se contiene. El hartazgo se volvió cuerpo. El cuerpo, marcha. Y la marcha, un grito colectivo. El próximo 30 de abril, la principal central sindical del país movilizará nuevamente a miles de trabajadores y trabajadoras para conmemorar, un día antes, el Día Internacional del Trabajo. No será una celebración. Será una advertencia. O más bien una condena frontal y masiva al experimento de ajuste brutal que lleva adelante el gobierno de Javier Milei, a quien ya nadie dentro del mundo gremial duda en calificar como enemigo declarado de la clase trabajadora.
El punto de encuentro será a las 14 horas en la intersección de las avenidas 9 de Julio e Independencia. Desde allí, la columna sindical se desplazará hacia el Monumento al Trabajo, ese tótem de hierro y sudor erigido como símbolo del movimiento obrero argentino, y que hoy cobra un nuevo sentido en un país donde el trabajo no vale, no alcanza, no se protege y, peor aún, se desprecia.
La protesta no es aislada ni episódica. Forma parte de un plan de lucha que se intensifica. Viene precedida por el reciente paro general del 10 de abril —el tercero contra Milei— y por la movilización conjunta del día anterior con jubilados frente al Congreso. Ambos días condensaron el enojo acumulado y el deterioro feroz del tejido social: inflación desbocada, paritarias pisadas, represión como respuesta a cualquier disenso, y una motosierra que, lejos de “achicar el Estado”, ha cercenado derechos fundamentales.
Javier Milei —empeñado en construir una utopía anarco-financiera desde los sótanos de la antipolítica— ha hecho del desprecio por los sindicatos una marca personal. “Desarticulamos el sindicalismo”, se jactó hace apenas unos días, como si se tratara de un logro político. La frase, sin embargo, no solo es falaz: es peligrosa. Porque revela una visión del mundo donde los trabajadores solo valen si son sumisos, descartables o directamente invisibles.
Lejos de la pasividad que le endilgan desde el oficialismo, la CGT parece decidida a retomar el protagonismo perdido. La convocatoria al 30 de abril no es una reacción desesperada, sino una acción organizada. Se discutió en el seno del Consejo Directivo, se trabajó territorialmente y se planea como un gesto de unidad y resistencia. Se espera, además, una posterior reunión con gobernadores opositores, entre ellos Axel Kicillof, que podría dar volumen político a lo que ya es, por peso propio, una señal de alerta nacional.
Las consignas de la movilización reflejan la gravedad del momento: “paritarias libres”, “homologación de convenios colectivos”, “aumento de emergencia para jubilaciones”, “basta de represión”, “fin del ajuste regresivo”. No son demandas maximalistas ni retóricas inflamadas. Son reclamos mínimos para recuperar algo de dignidad en medio de una crisis autoinfligida por un gobierno que eligió hacer de la crueldad un método de gestión.
Sergio Palazzo, secretario general de La Bancaria, lo resumió con precisión: “Hay necesidades cada vez más fuertes en los ingresos de los argentinos que han decaído, hay represión cada vez que hay protestas, hay un acuerdo con el FMI que va a condicionar los destinos de muchos argentinos”. La frase, lejos de ser una arenga vacía, retrata la dimensión estructural del problema. Porque el ajuste no es solo económico: es también cultural, simbólico y profundamente ideológico.
No es casual que tras cada medida de fuerza, el Gobierno responda con operaciones de prensa, campañas difamatorias y una narrativa que reduce cualquier crítica a “intereses corporativos”. El vocero presidencial, Manuel Adorni, no tardó en calificar el paro de abril como una acción “para dañar al gobierno”. La idea de que el reclamo obrero es una amenaza antes que un derecho expresa el ADN autoritario que subyace al discurso libertario.
Pero el problema para Milei no son solo las marchas. Es que la protesta sindical se inscribe en un contexto de creciente conflictividad social. Las universidades están en pie de lucha, los científicos denuncian el vaciamiento del sistema de investigación, los movimientos sociales resisten la criminalización, y hasta sectores que apostaron al diálogo —como el propio Luis Barrionuevo— ahora endurecen su postura. El frente gremial, que había mostrado cierta cautela en los primeros meses del gobierno, empieza a unificarse detrás de una consigna simple: basta.
La adhesión de los gremios del transporte —como la UTA y La Fraternidad— le da a la protesta del 30 de abril un poder de fuego ineludible. No solo porque garantiza una masividad que desborda los marcos tradicionales de la CGT, sino porque apunta a lo que el gobierno no quiere ver: sin trabajadores, no hay país. Sin organización, no hay freno posible al abuso del poder. Y sin protesta, no hay democracia.
El gobierno, sin embargo, insiste en mostrarse impasible. La estrategia es clara: resistir el desgaste con épica de bunker, aislar a los críticos, judicializar los conflictos y confiar en el respaldo de un sector social dispuesto a aplaudir el ajuste, siempre y cuando lo padezcan otros. Pero el termómetro en la calle comienza a subir. Y no hay relato en TikTok que pueda apagar la llama del descontento cuando se multiplican los despidos, las tarifas son impagables, los medicamentos inalcanzables y el salario se vuelve un chiste de mal gusto.
Este 30 de abril, entonces, no será una marcha más. Será la foto de un país en disputa. Un país donde el trabajo es castigado, los sindicatos demonizados y los derechos tratados como obstáculos. Pero también un país que resiste, que marcha, que se planta. Porque, como ya lo enseñó la historia argentina, cuando el poder se ejerce contra el pueblo, el pueblo vuelve a las calles. Y cuando eso ocurre, nada está perdido.
Fuentes:
- https://www.pagina12.com.ar/818455-la-cgt-marchara-el-30-de-abril
- https://www.letrap.com.ar/politica/la-cgt-puso-las-fechas-movilizacion-el-9-y-paro-general-el-10-abril-n5414833
- https://www.infogremiales.com.ar/tras-la-critica-del-javier-milei-la-cgt-reune-hoy-su-conduccion-para-diagramar-la-movilizacion-del-1-de-mayo/
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