Macri está feliz: entre la traición calculada y la amenaza velada

Mauricio Macri sonríe. No es la sonrisa de la victoria, sino la de quien sabe que tiene la daga bien afilada y está esperando el momento exacto para hundirla. La tormenta del escándalo Libra golpeó al gobierno de Javier Milei y Macri, desde su cómoda butaca de observador privilegiado, mueve sus fichas con la frialdad de un ajedrecista. No se apura, no se desespera. Sabe que en política, la venganza es un plato que se sirve frío.

En los últimos días, el ex presidente pasó de un bajo perfil calculado a una intervención quirúrgica en la crisis que sacude a la Casa Rosada. Desde la Bolsa de Comercio de Rosario, disparó una frase que sonó como un mazazo para el oficialismo: «Lamentablemente, lo que hemos visto es un presidente descuidado y mal rodeado». No dudó en apuntar contra el entorno de Milei, señaló que «esto amerita una investigación seria» y hasta dejó caer una amenaza velada: «Prefiero que primero sepamos aquí qué pasó antes de que nos lo diga la SEC o el FBI».

No es casual. Macri está marcando territorio y, al mismo tiempo, enviando un mensaje claro: si Milei cae, él estará ahí para capitalizar el naufragio. Hasta ahora, el líder del PRO había intentado sostener un equilibrio delicado: no se alineó de manera incondicional con el gobierno, pero tampoco lo dinamitó. Sin embargo, la irrupción de Karina Milei en la escena política y su avance en la estructura de poder comenzaron a preocuparlo. «A Macri le dijeron ‘correte, que no te necesitamos para armar las listas'», confiaron desde su entorno. Y eso, para alguien que construyó su carrera en base a controlar la estructura partidaria, es inadmisible.

La embestida de Macri no fue improvisada. Mientras Santiago Caputo intentaba contener el incendio con llamados a dirigentes del PRO para evitar un juicio político o una comisión investigadora, Macri simplemente dejó correr el tiempo. «Un momentito», dijo puertas adentro. No desmintió a Santilli ni a Ritondo, que salieron a respaldar a Milei en redes sociales, pero tampoco ofreció un apoyo cerrado. El mensaje es claro: Macri no se va a inmolar por un gobierno que lo ninguneó y que, además, empieza a mostrar signos de fatiga prematura.

El expresidente siempre subestimó a Karina Milei. En la intimidad, según cuentan sus allegados, la considera la verdadera responsable del cerco que impide que él tenga incidencia en el gobierno libertario. «La responsable de todo esto es Karina», dicen que repite como un mantra. Y ahora, con el escándalo Libra en el centro de la escena, ve la oportunidad de cobrarse la cuenta pendiente.

Pero Macri no juega solo en el tablero. Sabe que su injerencia en la Justicia argentina es todavía considerable y que, en caso de que la investigación sobre el escándalo financiero avance, su opinión pesará. En el gobierno lo saben y lo temen. El problema para Milei es que la amenaza no es solo interna: si la SEC y el FBI empiezan a tirar del hilo, el daño podría ser irreversible.

Mientras tanto, el ex presidente mide sus movimientos. No tiene apuro. Observa el deterioro de la imagen de Milei en el exterior y toma nota. «Javier había logrado tener una buena recepción en el mundo entero», dijo en Rosario, con una mezcla de nostalgia y oportunismo. «Pero esto generó un impacto». No es solo una constatación de hechos: es una advertencia. Macri le está diciendo a Milei que su capital político se erosiona y que, si sigue por este camino, podría quedarse sin aliados.

En el PRO analizan dos caminos: ser el «salvavidas» del gobierno o despegarse del oficialismo para capitalizar la desilusión del electorado. «Todavía falta», dicen los estrategas macristas. «Hay que esperar». En política, como en el ajedrez, las mejores jugadas no son las apresuradas, sino las que se piensan varias movidas adelante. Y Macri, aunque muchos lo crean acabado, sigue jugando.

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