Mientras el dólar se dispara y la inflación golpea, el gobierno responde con amenazas y represión. ¿Hacia dónde va Argentina bajo la gestión de Milei?
En un contexto de incertidumbre económica y social, el gobierno de Javier Milei enfrenta una doble crisis: la corrida cambiaria y la protesta masiva en las calles. El periodista Roberto Navarro, en su editorial, señaló que mientras el dólar alcanza niveles récord, las medidas del Ejecutivo parecen más enfocadas en reprimir que en resolver. ¿Es este el camino hacia una «Argentina normal», o estamos ante un retroceso peligroso?
El gobierno de Javier Milei parece haberse enredado en una telaraña de su propia creación. Mientras el dólar se dispara y la inflación devora los salarios de los argentinos, la respuesta oficial no es la esperada: en lugar de políticas económicas claras y efectivas, lo que vemos son amenazas, represión y un discurso que parece más enfocado en culpar a la ciudadanía que en resolver los problemas estructurales.
El dólar cripto ya supera los $1.300, y la corrida cambiaria no da tregua. Los supermercados ajustan sus precios al ritmo de la divisa, y los ahorristas corren desesperados a comprar dólares para proteger sus magros ingresos. El ministro de Economía, Luis Caputo, en lugar de tranquilizar a los mercados, genera más incertidumbre. Sus declaraciones ambiguas sobre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el futuro del tipo de cambio solo alimentan el fuego. ¿Ineptitud o estrategia? La pregunta queda flotando en el aire, mientras los argentinos pagan las consecuencias.
Pero no solo la economía está en crisis. Las calles de Argentina se preparan para una marcha masiva, y el gobierno responde con un operativo de seguridad que recuerda a los peores tiempos de la dictadura. Inhibidores de señal, controles exhaustivos en el transporte público y carteles amenazantes en las estaciones de tren son solo algunas de las medidas desplegadas para «mantener el orden». ¿Orden o miedo? La línea parece difusa.
Navarro, expresó que el vocero presidencial, Manuel Adorni, no deja lugar a dudas: «Las fuerzas de seguridad van a actuar». Y aunque insiste en que solo se reprimirá a los «violentos», la retórica oficial parece diseñada para intimidar. La pregunta es: ¿quiénes son los violentos? ¿Los que salen a protestar por sus derechos, o los que desde el poder amenazan con reprimir cualquier disidencia?
El gobierno de Milei parece empeñado en convertir a Argentina en un país «normal», pero su definición de normalidad resulta preocupante. Caputo, en una de sus declaraciones más polémicas, comparó al país con Perú, un modelo que, según él, deberíamos seguir. Sin embargo, lo que no menciona es que en Perú más de la mitad de la población no tiene heladera, y el 70% de los trabajadores están en la informalidad. ¿Es ese el futuro que quiere para Argentina?
La respuesta de la ciudadanía no se hizo esperar. Las organizaciones sociales, sindicatos, docentes y movimientos políticos como La Cámpora ya están en las calles, defendiendo no solo sus derechos, sino también la historia de lucha que caracteriza a este país. Argentina no es Perú, y los argentinos no están dispuestos a aceptar un modelo que los condene a la pobreza y la exclusión.
El gobierno, sin embargo, parece no entenderlo. En lugar de dialogar, opta por la represión. En lugar de buscar soluciones, genera más problemas. Y mientras el dólar sigue subiendo y la inflación no da tregua, la pregunta que queda es: ¿cuánto más aguantará la sociedad argentina?
La marcha de hoy no es solo una protesta; es un grito de dignidad. Un recordatorio de que, en Argentina, la lucha por la justicia y la igualdad no se negocia. Y aunque el gobierno intente reprimir, la historia nos ha enseñado que, tarde o temprano, el pueblo siempre tiene la última palabra.
El gobierno de Milei enfrenta un desafío mayúsculo: la economía se desmorona, y la sociedad está harta. En lugar de respuestas, ofrece represión; en lugar de soluciones, amenazas. Pero Argentina no es un país que se rinda fácilmente. La lucha por un futuro mejor sigue viva, y hoy, más que nunca, las calles son el escenario de esa batalla. ¿Estará el gobierno a la altura, o seguirá cavando su propia tumba política? El tiempo lo dirá, pero una cosa es clara: el pueblo argentino no se rendirá.
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