¿Qué es el Negacionismo? La política de estado de Javier Milei

Cómo la negación sistemática de la realidad se convierte en una herramienta política y de manipulación social

La trampa del negacionismo: cuando la mentira se viste de verdad

(Por Walter Onorato) En tiempos de crisis y cambios profundos, una peligrosa tendencia resurge con fuerza: el negacionismo. No se trata de simples errores o escepticismo legítimo, sino de un mecanismo deliberado que busca torcer la realidad en favor de intereses ideológicos o económicos. En esencia, el negacionismo es un rechazo irracional de hechos verificables, una estrategia que prefiere la comodidad de la mentira antes que afrontar las verdades incómodas.

El negacionismo no solo ha sido utilizado para intentar borrar crímenes de lesa humanidad, como el Holocausto, sino que también se ha instalado en ámbitos científicos y sociales: desde la negación del cambio climático hasta la propagación de teorías conspirativas sobre pandemias. En Argentina, el gobierno de Javier Milei ha dado nuevos bríos a esta corriente, negando evidencias económicas, despreciando consensos científicos y relativizando conquistas históricas. ¿Qué hay detrás de este fenómeno y cómo se convierte en una herramienta de poder?

El negacionismo como arma ideológica

El antropólogo Didier Fassin diferencia entre la negación, que es un rechazo circunstancial de la realidad, y el negacionismo, que es una postura ideológica sostenida. En este último caso, no se trata de desconocimiento ni de falta de información, sino de una estrategia premeditada para confundir, desviar el debate y consolidar una agenda política.

Michael Specter lo define de manera inquietante: el negacionismo es cuando “un segmento de la sociedad, luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”. Este mecanismo ha sido clave en la historia reciente de la humanidad para justificar atrocidades, desacreditar avances científicos y sostener regímenes autoritarios.

Bajo el gobierno de Milei, esta lógica se ha vuelto moneda corriente. Desde negar el impacto del ajuste en la economía real hasta relativizar las consecuencias del desmantelamiento del Estado, el discurso oficial se apoya en la desinformación y la distorsión de datos. Lo más peligroso no es solo que el presidente lo haga, sino que cuenta con un ejército de voceros y seguidores que replican esas falsedades como verdades absolutas.

El disfraz de la “libertad” y la estrategia de la desinformación

Uno de los aspectos más perversos del negacionismo es su capacidad de camuflarse en el lenguaje de la libertad y el escepticismo. Los negacionistas del cambio climático se presentan como «críticos del alarmismo ecológico», los antivacunas como «defensores de la libertad individual» y los revisionistas históricos como «buscadores de la verdad alternativa».

En Argentina, el gobierno de Milei ha hecho de esta estrategia su sello distintivo. Negar la crisis alimentaria, minimizar el desfinanciamiento de la educación pública o rechazar la evidencia científica en materia económica no son errores involuntarios, sino una táctica planificada para confundir a la población y deslegitimar cualquier resistencia a sus políticas.

La tergiversación de datos es otra herramienta clave. Se manipulan estadísticas, se presentan “expertos” sin credenciales y se utilizan falacias argumentativas para generar una falsa sensación de debate. Como señala Rick Stoff, una de las tácticas negacionistas más utilizadas es “crear una gran obra de inevitable indeterminancia de cifras y estadísticas” para sembrar confusión y hacer que la verdad parezca relativa.

Negacionismo y poder: la utilidad de la mentira en la política de Milei

El negacionismo no solo es una herramienta discursiva, sino también una estrategia de poder. Un gobierno que niega la realidad no tiene la obligación de resolver los problemas estructurales de la sociedad, porque, según su relato, esos problemas no existen o son exageraciones de sus adversarios políticos.

Javier Milei ha aplicado este manual con precisión quirúrgica:

  • Niega la crisis alimentaria diciendo que no hay hambre en Argentina, mientras recorta los presupuestos de asistencia social.
  • Relativiza el impacto del ajuste diciendo que la economía “se está acomodando”, cuando en realidad el desempleo y la pobreza se disparan.
  • Ataca a las universidades públicas acusándolas de adoctrinamiento, mientras recorta sus fondos y pone en riesgo su funcionamiento.

Esta táctica busca desorientar a la sociedad, debilitar la protesta social y reforzar la idea de que cualquier crítica al gobierno es parte de una conspiración en su contra.

El negacionismo de Milei: la ofensiva del gobierno contra la memoria del genocidio de la dictadura: La ultraderecha avanza sobre la historia

Desde su asunción, Javier Milei y su gobierno han profundizado una línea de negacionismo explícito sobre el genocidio perpetrado por la última dictadura militar en Argentina (1976-1983). Alineado con los sectores más reaccionarios de la política y los medios, el presidente y su entorno han relativizado los crímenes de lesa humanidad, atacado organismos de derechos humanos y promovido discursos que buscan reescribir la historia en favor de los responsables del terrorismo de Estado.

El negacionismo no es solo una estrategia discursiva de La Libertad Avanza, sino una política de Estado que busca desmantelar el entramado de memoria, verdad y justicia construido en democracia. Recortes en programas de derechos humanos, homenajes a represores y el cuestionamiento de la cifra de los 30.000 desaparecidos son algunas de las señales de una restauración reaccionaria sin precedentes desde el regreso de la democracia.

Victoria Villarruel y la reivindicación del terrorismo de Estado

Uno de los pilares del negacionismo gubernamental es Victoria Villarruel, vicepresidenta y militante activa de la reivindicación de la dictadura. Su carrera política se construyó sobre la idea de equiparar a los represores con las víctimas del terrorismo de Estado, en una falsa teoría de los “dos demonios” que la sociedad argentina ya había desterrado.

Desde el Senado, Villarruel ha utilizado su cargo para amplificar discursos que buscan instalar una narrativa en la que los genocidas serían “víctimas” de la “subversión” y en la que la represión sistemática desaparece bajo la excusa de la “guerra contra la guerrilla”. Su negacionismo se suma al de funcionarios como el vocero presidencial Manuel Adorni, quien minimizó el terrorismo de Estado al afirmar que “no sabe cuántos desaparecidos hubo” y que la cifra de 30.000 es una “mentira”.

Ataques a los organismos de derechos humanos y el desfinanciamiento de políticas de memoria

El negacionismo del gobierno de Milei no se queda en declaraciones provocadoras: se traduce en decisiones concretas de desmantelamiento del sistema de memoria, verdad y justicia. A través de su ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, el gobierno ha recortado fondos para espacios de memoria y ha desfinanciado programas de derechos humanos, eliminando políticas clave de reparación y preservación histórica.

Además, se han multiplicado los ataques a organismos como Abuelas de Plaza de Mayo y Madres de Plaza de Mayo, a quienes Milei y sus seguidores acusan de “negocios” o “adoctrinamiento”, mientras desde la Secretaría de Derechos Humanos se promueve un discurso que busca minimizar los crímenes del Estado.

¿Qué busca Milei con el negacionismo?

El negacionismo no es solo una provocación: es una estrategia política para debilitar los pilares democráticos de la Argentina. Deslegitimar la lucha por los derechos humanos permite al gobierno avanzar en una agenda autoritaria, en la que la represión y la criminalización de la protesta social se convierten en herramientas de control.

En este marco, no es casual que el oficialismo impulse una reivindicación de las Fuerzas Armadas y de seguridad, mientras ataca la memoria del terrorismo de Estado. La historia demuestra que negar el genocidio es el primer paso para justificar nuevos abusos y limitar derechos ciudadanos.

La resistencia de la sociedad y la lucha por la memoria

A pesar de los embates del gobierno de Milei, la sociedad argentina ha demostrado una fuerte resistencia al negacionismo. Las movilizaciones masivas en fechas clave como el 24 de marzo, la respuesta de organismos de derechos humanos y el rechazo de amplios sectores sociales y políticos muestran que la memoria sigue siendo un valor fundamental en la Argentina.

El gobierno podrá intentar borrar la historia, pero la lucha por la verdad y la justicia sigue en pie. Porque son 30.000 y fue un genocidio.

Las consecuencias del negacionismo: desinformación, impunidad y decadencia social

El negacionismo no es un simple juego retórico ni una cuestión de opiniones divergentes. Sus efectos son devastadores. Cuando un gobierno niega la crisis, miles de personas quedan sin acceso a derechos básicos. Cuando se relativiza el impacto de una pandemia, la desinformación se cobra vidas. Cuando se deslegitima la ciencia, el desarrollo de una nación se ve comprometido.

En Argentina, la narrativa negacionista de Milei no solo es peligrosa por su desprecio por la verdad, sino porque busca legitimar políticas de ajuste extremo bajo la excusa de que “todo está bien” o que “antes era peor”. Es el mismo mecanismo que en su momento utilizaron dictaduras y regímenes autoritarios para justificar lo injustificable.

La lucha contra el negacionismo es la lucha por la verdad

El negacionismo es más que un síntoma de ignorancia o de desinformación: es una estrategia política diseñada para manipular a la sociedad y perpetuar modelos de dominación. En el caso de Argentina, el gobierno de Javier Milei ha abrazado esta táctica para imponer un ajuste brutal sin asumir sus costos políticos.

Combatir el negacionismo no es solo una cuestión académica o intelectual; es una necesidad urgente para defender los derechos sociales, la democracia y la memoria histórica. En un mundo donde la posverdad y la manipulación mediática son armas de guerra, la verdad se convierte en el primer campo de batalla.

La lucha contra el negacionismo es, en última instancia, una lucha por la verdad y la justicia. Es fundamental que el Estado y la sociedad continúen impulsando políticas de memoria y educación para que el horror de la dictadura nunca vuelva a repetirse. La democracia solo se fortalece cuando la verdad prevalece sobre la mentira, y cuando la memoria se convierte en un pilar inquebrantable de nuestra identidad colectiva.

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