Tercer Paro General: el pueblo trabajador vuelve a decirle NO al ajuste salvaje de Milei

La CGT y las CTA protagonizan una nueva huelga nacional en rechazo a un modelo económico que profundiza la exclusión, desmantela el Estado y reprime la protesta. El gobierno, cada vez más debilitado, apela a viejos trucos para evitar lo inevitable: el hartazgo social ya desborda.

Con una masiva movilización frente al Congreso como prólogo, el tercer paro general en lo que va del gobierno libertario de Javier Milei refleja una creciente reacción sindical y popular ante un ajuste despiadado que castiga a los más vulnerables. El transporte dividido, el silencio del oficialismo y la ausencia de una referencia política clara exponen el vacío de poder en una gestión que sólo ofrece miseria planificada.


El país amaneció hoy con un nuevo grito de resistencia. No es un martes cualquiera, ni un jueves más. Es el día en que miles de trabajadores, trabajadoras, jubilados, estudiantes y sectores sociales dijeron basta. El tercer paro general contra las políticas de ajuste de Javier Milei, impulsado por la Confederación General del Trabajo (CGT) junto a las dos CTA y múltiples organizaciones, es mucho más que una jornada de protesta. Es la expresión condensada del hartazgo frente a un modelo de país que no ofrece más que despojo, represión y una violencia institucionalizada bajo la máscara de la «libertad».

La huelga se inscribe en un proceso de acumulación de fuerzas que viene gestándose desde abajo. Ayer, una multitud colmó las inmediaciones del Congreso Nacional para acompañar, como cada miércoles, a los jubilados y jubiladas que se niegan a morir en la pobreza planificada por el gobierno libertario. Pero esta vez no estuvieron solos. Las columnas sindicales se multiplicaron, aportando cuerpo y alma a una jornada que desbordó en cada provincia y en cada ciudad donde las regionales de la CGT, normalizadas y movilizadas, se pusieron al frente de la resistencia.

Lo que este paro exhibe no es solamente el rechazo a un paquete de medidas económicas. Lo que se rechaza es un modelo ideológico que degrada la vida social y que se sostiene sobre una narrativa de odio, exclusión y cinismo. Milei ha logrado algo inédito: en apenas cuatro meses de gobierno, produjo un consenso transversal en su contra. Trabajadores formales e informales, docentes, jubilados, científicos, pequeños empresarios, pymes, artistas, estudiantes, todos coinciden en un punto: este proyecto no solo destruye el presente, también cancela el futuro.

Frente a esa evidencia, el gobierno repite como un mantra sus argumentos gastados: que el paro es político, que la “casta” se resiste, que la Argentina necesita sacrificios. Pero la sociedad ya no come vidrio. Los “sacrificios” recaen siempre sobre los mismos: los que viajan en tren, los que no llegan a fin de mes, los que ven desaparecer sus derechos como arena entre los dedos. Mientras tanto, el capital financiero y los amigos del poder se enriquecen con el festín de la especulación, las offshore y las estafas en criptomonedas promovidas desde lo más alto del poder.

No es casual que el gobierno haya intentado, una vez más, desactivar el paro a través de la conciliación obligatoria y las operaciones con sectores funcionales como la conducción de la UTA. La vieja fórmula de dividir para reinar. Pero ya no funciona. Aunque el gremio de colectiveros no se sumó a la huelga, la circulación en las calles fue parcial. La misma escena se repitió en mayo pasado: la UTA dijo que no, pero muchas líneas no salieron. Porque la bronca no se puede detener con resoluciones administrativas.

Lo que sí ha cambiado es el clima político. En sus primeros meses, el gobierno avanzó sin freno con su programa de ajuste brutal. Impuso la Ley Bases, vetó normas que garantizaban presupuesto educativo o mejoras para los jubilados, desfinanció la ciencia y la salud, atacó derechos conquistados por mujeres, diversidades y pueblos originarios. Y reprimió. Reprimió mucho. El 12 de marzo, con la ferocidad de un Estado policial, apaleó jubilados, militantes y hasta fotógrafos. La imagen internacional fue letal.

La estafa con la criptomoneda $LIBRA, promocionada por el propio Milei, terminó por dinamitar la credibilidad de un presidente que se muestra cada vez más como un influencer delirante que como un jefe de Estado. Desde Davos hasta TikTok, su prédica se volvió caricatura. Pero el daño que produce es real: la destrucción de empleos, el cierre de fábricas, la desaparición de la obra pública, el hambre.

Frente a ese panorama, sectores combativos de la CGT retomaron la iniciativa. Fueron ellos quienes lograron revertir la inercia negociadora que había ganado espacio tras los dos primeros paros. El diagnóstico era claro: si no se accionaba, el sindicalismo se convertía en cómplice pasivo del desguace nacional. Así, recuperaron protagonismo y canalizaron lo que desde las bases ya era un clamor: parar el país, visibilizar el desastre y exigir respuestas.

Y sin embargo, falta algo. Falta una referencia política que aglutine esa energía que hoy vuelca la calle. Lo señalan los propios sindicalistas: cada vez que hay movilización, aparecen los dirigentes políticos para subirse a la ola. Pero cuando hay que armar listas, diseñar estrategias, construir poder real, los gremios quedan relegados. El peronismo sigue atrapado en sus disputas internas, especialmente en la provincia de Buenos Aires, y no logra capitalizar la debilidad del gobierno ni articular una salida superadora.

Esa ausencia de liderazgo político se vuelve más notoria en jornadas como la de hoy. Porque el reclamo que recorre las calles no es solo sectorial ni exclusivamente económico. Es una interpelación profunda al modelo de país. Se exige paritarias libres, aumento de emergencia a los jubilados, respeto por la protesta social, defensa de la industria nacional, más presupuesto para salud y educación, un plan de empleo, justicia social. ¿Quién levanta esa bandera con coherencia y vocación de poder?

El tercer paro general es una advertencia. No solo para el gobierno, que sigue encerrado en su dogma del déficit cero mientras el país se hunde. También para las fuerzas políticas democráticas, que si no despiertan, serán arrasadas por la ola reaccionaria que crece desde las entrañas del dolor social.

Javier Milei no tiene futuro político si el pueblo argentino se organiza. Pero para que esa organización tenga destino, necesita conducción. Mientras tanto, las calles, una vez más, marcan el camino. La historia no se escribe en los mercados, sino en la resistencia colectiva.

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