Ciudad de Buenos Aires: natalidad en caída libre y maternidad cada vez más tardía

En 2023, la tasa de fecundidad porteña alcanzó su piso histórico con 1,09 hijos por mujer. El fenómeno confirma una transformación demográfica profunda, marcada por decisiones postergadas, desigualdades y un Estado que observa en silencio.

La Ciudad de Buenos Aires asiste a un desplome sin precedentes en su tasa de natalidad. El último informe del Instituto de Estadística y Censos local no sólo revela un récord negativo histórico, sino que confirma la consolidación de un patrón irreversible: cada vez menos mujeres deciden ser madres, y lo hacen a edades más avanzadas. Una señal de alarma que expone desequilibrios estructurales, una sociedad en repliegue y políticas públicas que llegan siempre tarde.

En una ciudad que se vende como vanguardia, cosmopolita y moderna, el retroceso silencioso de la maternidad se convierte en síntoma. Mientras los edificios se elevan y los precios también, los nacimientos caen. El último informe del Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires (Idecba) muestra un dato demoledor: la Tasa Global de Fecundidad alcanzó en 2023 su punto más bajo desde que existen registros, con apenas 1,09 hijos por mujer. En 2006, el índice era de 1,86. El derrumbe es tan acelerado como revelador.

El número no es un capricho ni una anécdota estadística: está por debajo del umbral mínimo para garantizar el reemplazo generacional, que se sitúa en 2,1 hijos por mujer. Desde 1991, la Ciudad se mueve por debajo de ese límite. Pero lo que antes era una tendencia leve, hoy se ha transformado en una fractura demográfica. No hay margen para eufemismos: la capital del país ya no se reproduce. El futuro demográfico, si se proyecta esta curva, está hipotecado.

El descenso no se da de forma homogénea, y es ahí donde asoman las desigualdades estructurales. Las comunas 5 (Almagro y Boedo), 6 (Caballito) y 11 (Villa General Mitre, Villa Devoto, Villa del Parque y Villa Santa Rita) registran las tasas más bajas, con apenas 0,9 hijos por mujer. En contraste, zonas del sur como la Comuna 4 (Barracas, La Boca, Nueva Pompeya y Parque Patricios) y la 8 (Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo) presentan tasas algo superiores, rondando los 1,3 hijos. En todos los casos, la cifra está por debajo del reemplazo poblacional.

Pero el dato no se agota en cuántos hijos se tienen, sino en cuándo se los tiene. La edad promedio para ser madre en la Ciudad es hoy de 32,4 años. En 2006, era de 27,4. El salto es contundente. La maternidad se posterga cada vez más, y ya no es un hecho aislado sino una característica estructural. Las mujeres deciden (o se ven obligadas a) tener hijos más tarde, en un contexto económico, social y cultural que no facilita, sino que frena el proyecto de formar una familia.

Desde el propio informe del Gobierno porteño se reconoce que “la mayor concentración de nacimientos ocurre cada vez en edades más tardías”. Las mujeres de entre 30 y 39 años concentran hoy la mayor parte de los nacimientos, en un fenómeno que también tiende a homogeneizar edades: la diferencia entre madres primerizas y madres con más hijos se acorta, porque se retrasa el inicio del ciclo reproductivo.

En apariencia, se podría argumentar que esta tendencia responde a una mayor autonomía de las mujeres, a una planificación más consciente o a una decisión personal de priorizar estudios, carrera o experiencias previas. Y si bien hay algo de eso, quedarse en esa superficie sería minimizar la magnitud del problema. Porque lo que subyace es una sociedad que ha dejado de garantizar las condiciones materiales mínimas para sostener la reproducción social. Tener hijos hoy no es solo una decisión personal: es una aventura riesgosa en medio de la precarización económica, la crisis habitacional, la desigualdad laboral y la falta de políticas de cuidado.

La maternidad tardía no es solo una opción libre; muchas veces es el resultado de un sistema que empuja al aplazamiento constante. Años de inestabilidad, falta de acceso a la vivienda, alquileres prohibitivos, empleos que no brindan certezas, salarios devaluados y guarderías que cuestan como universidades de élite. En esa ecuación, la maternidad queda para después. Y a veces, para nunca.

Los sectores más vulnerables siguen reproduciéndose antes, como ocurre en las comunas del sur de la ciudad. Allí, las mujeres siguen teniendo hijos a edades más tempranas, en promedio. Pero no por mayor libertad o deseo, sino por la falta de oportunidades para postergar. Es la otra cara de la misma moneda: mientras las mujeres con recursos posponen por opción o conveniencia, las mujeres pobres tienen menos margen para decidir. La desigualdad se manifiesta hasta en el útero.

Y frente a este escenario, ¿qué hace el Estado? Poco y nada. O peor: normaliza la tendencia sin advertir sus consecuencias a largo plazo. El mercado laboral sigue penalizando la maternidad. Las licencias siguen siendo insuficientes. El acceso a tratamientos de fertilidad se restringe por costos. Las viviendas sociales escasean. Las redes públicas de cuidado son un chiste. La Ciudad se moderniza, pero a espaldas de su población. La pirámide demográfica se invierte y la política mira para otro lado.

El discurso oficial repite sin cesar que esta es una ciudad “amigable para vivir”, “llena de oportunidades” y “abierta al mundo”. Pero lo cierto es que ni siquiera puede garantizar que sus propios ciudadanos se reproduzcan en condiciones dignas. Los edificios se multiplican, pero no hay bebés. Las estadísticas ya no lo ocultan: hay una Buenos Aires que envejece, que no se reproduce, que posterga, que huye del proyecto de familia porque el contexto se volvió inhóspito.

En esa paradoja demográfica, la maternidad se vuelve un lujo, una rareza, una decisión política individualizada en un sistema que le niega lo colectivo. La natalidad en caída no es solo un fenómeno técnico o académico: es la expresión de una sociedad rota, de una economía asfixiante y de un Estado ausente. El futuro ya no está por venir: es una sala de partos cada vez más vacía.

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