Cobarde ataque libertario: El golpe por la espalda a Navarro y la estrategia de Milei para destruir el periodismo

Mientras Javier Milei agita discursos de odio contra la prensa, el periodista Roberto Navarro fue brutalmente agredido en plena calle. La embestida no es un hecho aislado, sino parte de una táctica política para intimidar, silenciar y exterminar el periodismo crítico en Argentina.

(Por Walter Onorato) El ataque a Roberto Navarro no es solo una agresión física; es el emergente de una violencia institucional y discursiva que parte desde el corazón del poder presidencial. El libertarismo gobernante, con Milei a la cabeza, no se limita a odiar al periodismo: quiere borrarlo del mapa y reemplazarlo por propaganda militante disfrazada de “libertad de expresión”.


El odio como política de Estado: el golpe que Milei pidió, alguien lo dio

La violencia no se improvisa. Se cocina a fuego lento entre discursos incendiarios, insultos programados, listas negras y legitimación de agresores. El ataque que sufrió Roberto Navarro mientras caminaba por el centro porteño no fue una reacción espontánea. Fue una acción cobarde que sintoniza, punto por punto, con el clima de hostigamiento que Javier Milei y su entorno libertario han instalado desde el primer día de gobierno.

Navarro, periodista y director de El Destape, fue golpeado brutalmente en la nuca por la espalda, sin que mediara provocación alguna. La agresión no lo derribó, pero sí dejó marcas físicas y una advertencia ominosa para toda la prensa: nadie está a salvo si decide informar, investigar o simplemente opinar fuera de la burbuja de fantasía libertaria. El mensaje es tan claro como peligroso: el que incomode, será silenciado.

Dos días antes del ataque, el propio presidente había proclamado con desparpajo que “la gente no odia lo suficiente a estos sicarios con credencial de supuestos periodistas”. Esas palabras, lejos de ser una hipérbole tuitera, operaron como un permiso implícito para golpear, para perseguir, para eliminar simbólicamente —y ahora también físicamente— a la prensa libre.

No es un loco suelto: es una estrategia de demolición democrática

Desde la Casa Rosada, no se ataca a la prensa por impulso o arrebato. Se hace con cálculo, con planificación. El objetivo, confesado y explicitado, es destruir el rol del periodismo como actor democrático. Según revelaciones recientes, Santiago Caputo —cerebro comunicacional del gobierno— diseñó una megaconsulta para medir el nivel de aceptación ciudadana ante un régimen autoritario y para evaluar la confianza en medios, periodistas y hasta canales de streaming alineados al oficialismo.

Ese dato es clave: Milei no solo desprecia a los medios tradicionales, los quiere reemplazar. Su anhelo es un ecosistema de información puramente oficialista, donde los únicos emisores sean tuiteros libertarios, influencers gubernamentales y canales de streaming como “Carajo”, manejado por “El Gordo Dan”, uno de los soldados mediáticos del régimen. La entrevista de cinco horas que Milei brindó en Neura, con Alejandro Fantino, no fue una anécdota: fue un ensayo general de su utopía orwelliana.

En ese universo, el periodista que investiga, interpela o simplemente no aplaude se convierte en enemigo. Navarro, que dirige uno de los pocos medios que aún interroga al poder con rigor, era un blanco cantado.

La violencia legitimada desde arriba

El clima que rodea al ataque no puede desligarse de la prédica de odio sistemática que baja desde la cima del Ejecutivo. Javier Milei no insulta por arrebato emocional, sino que lo hace como parte de una ingeniería del desprecio. Basta con repasar su historial reciente: llamó “basura del periodismo pautero” a quienes critican su gestión, insultó con nombre y apellido a periodistas como Florencia Donovan y Joaquín Morales Solá, y despreció cualquier forma de disidencia mediática, acusándola de sabotaje.

Ese odio no se queda en lo simbólico. Lo dijo el Club Político Argentino, presidido por Graciela Fernández Meijide: “Las acusaciones del presidente, expresadas por la máxima autoridad del país, no pueden ser interpretadas más que como una forma de condicionar la libertad de expresión”. Es decir: el Presidente no critica, amenaza. Y las amenazas, en un contexto de polarización y fanatismo, no tardan en traducirse en golpes concretos.

La respuesta social: un repudio que crece, pero no alcanza

El ataque a Navarro despertó una oleada de repudios que cruzó sectores políticos, gremiales y mediáticos. Desde ATE, Rodolfo Aguiar fue categórico: “Hoy la violencia en la Argentina es institucional y se ejerce desde las más altas esferas del poder”. El SiPreBA, sindicato de prensa, alertó sobre la responsabilidad directa de los discursos oficiales: “Repetir insultos y agravios contra periodistas desde los discursos del propio presidente puede generar un clima de violencia cotidiana que no podemos avalar”.

Desde la izquierda, Nicolás del Caño y La Izquierda Diario condenaron el hecho sin rodeos. Desde sectores progresistas, como la senadora Cristina López, también se apuntó contra el discurso de odio promovido por La Libertad Avanza. Incluso desde el liberalismo, Carlos Maslatón advirtió con crudeza: “Tanto miedo le tiene el fascismo al periodista Roberto Navarro? Están locos, es un suicidio atacar o matar tanto periodistas como curas”.

La pregunta que sobrevuela tras tantos comunicados es: ¿qué más hace falta para que el sistema político actúe con contundencia? ¿Cuántos Navarro más tienen que ser atacados para que se entienda que estamos ante un plan sistemático de demolición institucional?

El verdadero legado libertario: un país sin prensa

Mientras Navarro se recupera, el mensaje del ataque ya circula como un virus: informar puede costar caro. La libertad de expresión no está en riesgo: está siendo acorralada, golpeada y desmantelada. No es una sensación térmica. Es una política de Estado. El libertarismo gobernante se nutre del blindaje mediático que ellos mismos construyen, y eliminan cualquier canal que escape a su control.

La estrategia es clara: reemplazar la prensa por propaganda. Sustituir al periodista por el influencer servil. Apagar los medios críticos e instaurar un modelo de comunicación vertical, unidireccional, sin preguntas, sin contradicciones, sin verdad.

Roberto Navarro fue golpeado por la espalda, pero el verdadero golpe va dirigido al corazón mismo de la democracia. Porque sin periodismo libre no hay ciudadanía informada, y sin ciudadanos informados no hay república.

La gravedad del hecho exige algo más que repudios. Exige acción. Exige defensa activa del derecho a preguntar, a investigar, a contar lo que el poder no quiere que se sepa. Exige ponerle freno a una deriva autoritaria que, en nombre de la libertad, está demoliendo todos los pilares de la convivencia democrática.

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