El efímero encuentro entre Mauricio Macri y el papa Francisco en 2016 fue tan breve como incómodo. Ni política, ni fe: apenas un trámite sin alma ni proyecto.
En una audiencia que duró apenas 22 minutos, el entonces presidente Mauricio Macri fue recibido por el papa Francisco en el Vaticano. Detrás de los gestos fríos y la tensión evidente, se escondía una historia de desencuentros políticos, modelos antagónicos y un profundo desprecio mutuo. El encuentro más breve entre un pontífice argentino y un presidente de su país fue la confirmación de una grieta no solo política, sino espiritual y moral.
El 27 de febrero de 2016, apenas dos meses después de haber asumido la presidencia, Mauricio Macri visitó al papa Francisco en el Vaticano. La expectativa oficial era vender una postal: el primer mandatario argentino junto al primer Papa argentino, abrazados por la fe, por la patria y por un supuesto diálogo maduro. Pero lo que obtuvieron fue una fotografía gélida, casi obligada, de una reunión que duró exactamente 22 minutos. Nada más.
Veintidós minutos. Esa cifra bastó para que la prensa internacional, el Vaticano y los propios aliados de Macri entendieran que lo que había entre ambos no era distancia, era desdén. La visita pasó a la historia no por su contenido (porque no lo tuvo), sino por su duración, por la ausencia de sonrisas y por un lenguaje corporal que gritaba lo que ningún comunicado se animaba a decir.
Frialdad diplomática, desdén político
El breve tiempo del encuentro fue la expresión más contundente del malestar del papa Francisco con Macri. Porque Francisco no olvida. No olvida que cuando Jorge Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires, Macri –entonces jefe de Gobierno porteño– evitaba reunirse con él, e incluso llegó a ignorarlo en actos públicos. No olvida que su prédica por una Iglesia “pobre y para los pobres” chocaba frontalmente con la ideología neoliberal, meritocrática y elitista de Cambiemos.
Durante su papado, Francisco no dudó en recibir durante horas a dirigentes sociales, sindicalistas, campesinos y referentes de derechos humanos. A Evo Morales lo recibió durante más de una hora; a Cristina Kirchner, en múltiples ocasiones, incluso en almuerzos distendidos que se extendían más allá del protocolo. A Macri, en cambio, lo recibió como quien cumple con un trámite engorroso: se sienta, escucha, se despide.
¿De qué hablaron? Nadie lo recuerda. Porque no hubo temas de fondo. Fue una reunión sin agenda clara, sin contenido trascendente, sin calor humano. Francisco le regaló los documentos del Vaticano sobre la paz, la encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado del ambiente, y el documento del Sínodo de la Familia. Macri le devolvió una cajita con mates. El simbolismo era brutal: uno hablaba de pobreza, desigualdad y justicia global; el otro, de souvenirs.
El marketing no tapa la verdad
El gobierno de Cambiemos intentó minimizar el episodio. “Fue una muy buena reunión”, declararon funcionarios sin rubor. Pero los gestos son más elocuentes que las palabras. El Vaticano no emitió comunicado conjunto. No hubo conferencia de prensa, ni rueda de medios. Apenas una foto, una silla, dos hombres que no se miraban y un reloj que avanzaba demasiado rápido para una audiencia papal.
Esa frialdad contrastó con las audiencias prolongadas que Francisco dedicó a otros líderes políticos, incluso adversarios ideológicos. Porque Francisco puede disentir, pero cuando percibe autenticidad, diálogo sincero o compromiso social, tiende puentes. Con Macri no había puentes posibles. Solo un abismo entre dos formas de entender el mundo.
Francisco sostiene una visión profundamente comunitaria, centrada en el humanismo cristiano, en la dignidad del trabajo, en el rol del Estado como garante del bien común. Macri representa la otra orilla: el mercado como dios, el individuo como única medida, la meritocracia como disfraz del privilegio.
Bergoglio, el Papa de las causas, no del protocolo
Muchos esperaban que el primer Papa argentino estableciera una relación estrecha con su país de origen. Pero Francisco, astuto, sabe que el amor a la patria no implica complicidad con sus elites. Consciente de los abusos del poder económico en América Latina, Francisco prefirió tejer redes con los de abajo: movimientos sociales, curas villeros, cartoneros, trabajadores, cooperativas, víctimas de la trata, migrantes. Allí puso su energía, su tiempo y su afecto.
A Francisco no lo conmueve el poder por el poder mismo. Lo incomoda. Lo huele. Y cuando lo percibe ajeno a la justicia social, lo enfrenta con claridad, aunque sea entre sonrisas diplomáticas. Su crítica al “capitalismo salvaje” no es una metáfora, es doctrina. Y por eso fue incómodo para los gobiernos de derecha en todo el continente.
Para el Papa, la política no es neutral: o se está del lado del pueblo o del lado de los privilegiados. Y Macri, desde el minuto uno, dejó en claro a qué intereses servía. Privatizaciones, endeudamiento, ajuste, represión, tarifazos, despidos. ¿Qué diálogo posible podría haber con el Papa de la periferia?
El fracaso de un relato
El gobierno de Cambiemos apostó a construir un relato de reconciliación. Quiso mostrar a Macri como un líder moderno, abierto, dialoguista, en sintonía con los nuevos tiempos. Pero en 22 minutos, Francisco desmontó ese relato. No lo confrontó con gritos. No lo denunció. Simplemente lo ignoró. El peor castigo para quienes necesitan la imagen más que la sustancia.
No se trató solo de un traspié diplomático. Fue una escena simbólica de toda una gestión. Macri no entendía ni quería entender la dimensión política de Francisco. Lo veía como un cura progresista con veleidades populistas. No comprendía que ese Papa, con su tono pausado y su sonrisa suave, estaba dando las batallas más duras contra el poder concentrado, el extractivismo y la exclusión global.
CIERRE
El encuentro de 22 minutos entre Mauricio Macri y el papa Francisco fue mucho más que una reunión breve. Fue la radiografía perfecta de dos mundos irreconciliables: el del neoliberalismo sin alma y el del humanismo con fe. El del marketing vacío y el de la palabra con contenido. El del poder financiero y el de la justicia social.
Macri viajó al Vaticano buscando una foto. Francisco le entregó un espejo. En ese reflejo, no había lugar para el cinismo ni la indiferencia. Solo el silencio de quien ya ha decidido que con algunos no se discute: se los deja pasar. Como un mal sueño de 22 minutos que nunca debió haber comenzado.
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