Una encuesta contundente y una percepción en caída libre. La imagen de Javier Milei, que alguna vez supo construirse como la de un «outsider valiente» enfrentado al sistema, se está desmoronando a pasos acelerados. Lo que antes era presentado como audacia y autenticidad, hoy es percibido como autoritarismo y represión. Así lo revela una encuesta realizada por el economista y analista Alfredo Serrano Mancilla, cuyos resultados fueron expuestos en el programa De Vuelta, conducido por Pablo Duggan.
Según el estudio, el núcleo del electorado que no votó a Milei en la segunda vuelta —más de 11 millones y medio de personas— lo ve cada vez más como una figura autoritaria, represiva y con marcados rasgos dictatoriales. Y no es para menos: su discurso beligerante, su desprecio por las instituciones y su uso del Estado para castigar a opositores han reforzado esta percepción. A tal punto que, cuando se les preguntó a los encuestados con qué liderazgo histórico lo comparaban, la mayoría eligió a la Junta Militar de la última dictadura antes que a Carlos Menem. Un dato que debería encender todas las alarmas.
La farsa de la infalibilidad y el ocaso del «león»
El relato de la infalibilidad mileísta se agrietó. A diferencia de los primeros meses de gobierno, donde incluso algunos de sus detractores dudaban sobre su capacidad de mantenerse en el poder, ahora la certeza es otra: Milei está destinado al fracaso. Su capital político se erosiona rápidamente, y la posibilidad de que La Libertad Avanza sufra una derrota en las elecciones legislativas intermedias es cada vez más probable.
Parte de este desgaste responde a la incapacidad del presidente de sostener sus propias falacias. Su discurso sobre la supuesta estabilización de la economía ha sido sepultado por la realidad: la inflación sigue devorando salarios, el ajuste se siente con brutalidad en los sectores más vulnerables, y la calidad de vida de los argentinos se ha desplomado. No hay relato que pueda tapar que, en solo 15 meses, Milei acumuló una inflación del 185,9%, algo que a Cristina Fernández de Kirchner le llevó 60 meses bajo condiciones económicas mucho más adversas.
Un modelo represivo y excluyente
El endurecimiento del gobierno de Milei no es casual. A medida que su figura se desgasta, su única respuesta es la represión. La criminalización de la protesta social, la persecución a periodistas y sindicalistas, la estigmatización de los sectores populares y el uso del aparato estatal para castigar a opositores forman parte de un manual ya conocido en la historia argentina.
El fenómeno Milei no es un caso aislado. Como bien señala Serrano Mancilla, su figura encarna una corriente reaccionaria que se extiende por el mundo, con exponentes como Donald Trump y Jair Bolsonaro. Sin embargo, hay un factor determinante: a diferencia de sus pares internacionales, Milei no cuenta con una base social sólida que lo respalde. Su llegada al poder fue más un accidente electoral que el resultado de un proyecto político consolidado.
Esta fragilidad estructural es lo que empuja al gobierno a la radicalización. Como bien advierte Gustavo Petro, presidente de Colombia y férreo crítico de Milei, su liderazgo representa «lo peor de lo peor» a nivel histórico. Es el último intento de una ultraderecha desesperada por imponer su modelo a cualquier costo, sin importar las consecuencias sociales, económicas y políticas.
Los emergentes de una resistencia en construcción
Frente a este panorama, la oposición a Milei comienza a estructurarse con figuras que logran captar el respaldo de amplios sectores de la sociedad. La encuesta de Serrano Mancilla revela que Axel Kicillof, Cristina Fernández de Kirchner, Juan Grabois y Leandro Santoro son percibidos como referentes con credibilidad y liderazgo. Cada uno, con sus diferencias, es visto como una pieza fundamental para articular un frente amplio capaz de derrotar al oficialismo en las urnas.
Lejos del relato que intenta instalar la Casa Rosada y sus medios afines, la ciudadanía no ve en ellos figuras antagónicas, sino complementarias. Cristina es valorada como una estadista con experiencia, Kicillof como un gestor honesto y trabajador, Grabois como un luchador con convicciones, y Santoro como un dirigente que representa una alternativa progresista en la Ciudad de Buenos Aires.
Este respaldo popular a figuras de la oposición es la peor noticia para Milei. Su proyecto de demolición del Estado y ajuste salvaje solo puede sostenerse en un escenario de fragmentación y desorganización del campo popular. Pero cuando las bases sociales comienzan a reorganizarse y a proyectar un horizonte alternativo, la hegemonía libertaria empieza a desmoronarse.
El final de la ilusión mileísta
El Milei que llegó al poder como un «libertario antisistema» hoy se muestra como lo que siempre fue: un autoritario al servicio de los poderes económicos concentrados. Su narrativa del «león que ruge contra la casta» quedó sepultada por la evidencia de que gobierna para los de siempre: bancos, grandes corporaciones y el establishment financiero.
Pero su problema más grave no es solo su modelo económico fallido o su aislamiento internacional. Su mayor debilidad es que la sociedad argentina ya no le cree. La imagen de Milei como «hombre fuerte» se derrite a medida que la crisis se profundiza y el pueblo empieza a reconocer que detrás del discurso incendiario solo hay caos, represión y ajuste.
Las elecciones intermedias serán el primer gran test de esta crisis de legitimidad. Si la tendencia que señala Serrano Mancilla se mantiene, Milei se encamina a una derrota que podría marcar el principio del fin de su gobierno. Y cuando la historia vuelva a escribirse, no quedará en el recuerdo como el líder que desafió al sistema, sino como el hombre que pretendió gobernar con odio y represión, y terminó siendo sepultado por su propia arrogancia.
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