Milei visitó Bahía Blanca a escondidas: El show del desinterés y de la propaganda oficial

Una visita relámpago, sin anuncio oficial y sin contacto con la población. Estuvo sólo dos horas en la ciudad siniestrada. La estrategia del presidente ante la tragedia en Bahía Blanca revela su desprecio por la emergencia social y su obsesiva necesidad de control de la narrativa.

El presidente Javier Milei aterrizó en Bahía Blanca en la mañana del lunes, pero su presencia en la ciudad se desarrolló con el sigilo de quien no quiere ser visto. Sin anuncios oficiales, sin comunicación previa a las autoridades locales y sin contacto con los medios independientes, el mandatario ejecutó un fugaz recorrido que deja más interrogantes que certezas. Mientras los vecinos afectados por la devastadora tormenta clamaban por ayuda concreta, el gobierno optó por el blindaje mediático y la propaganda antes que por la acción real.

La llegada del presidente a la ciudad se produjo pasadas las 8 de la mañana. Su itinerario fue herméticamente restringido a un pequeño circuito cerrado que incluyó una visita a un hospital de campaña, donde solo un reducido círculo de funcionarios y acompañantes tuvo acceso. Lo más llamativo: el propio intendente de Bahía Blanca, quien cuenta con información de primera mano sobre la situación de los damnificados, fue deliberadamente excluido de la reunión. Un gesto inequívoco del desprecio presidencial hacia la gestión local, incluso cuando se trata de una tragedia humanitaria.

La comunicación del gobierno nacional sobre la visita fue opaca y fragmentada. Los medios locales apenas tuvieron conocimiento del arribo de Milei a la ciudad a través de un canal de noticias alineado con la Casa Rosada. Ni el gobernador Axel Kicillof ni otros referentes provinciales fueron informados previamente. Todo se manejó con un sigilo que rozó el ridículo, especialmente considerando que el motivo de la visita era una catástrofe que dejó a cientos de familias en la desesperación.

El hermetismo con el que se condujo Milei en Bahía Blanca no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia sistemática de blindaje comunicacional. Para un presidente que ha hecho del discurso polarizador y la hostilidad hacia el periodismo una bandera, cualquier atisbo de contacto directo con la realidad sin una previa edición propagandística representa un riesgo. Su gobierno parece más preocupado por construir una narrativa de «eficiencia» y «compromiso» que por gestionar las crisis con soluciones tangibles.

Pero el silencio presidencial no logró opacar la voz de los verdaderos protagonistas: los vecinos damnificados. Mientras Milei se resguardaba en reuniones de espaldas a la comunidad, en las calles de Bahía Blanca la gente exigía lo básico: agua potable, alimentos, colchones y una reconstrucción seria de las viviendas destruidas. «Ni nos enteramos de que vino el presidente, pero igual ¿qué nos iba a decir? No necesitamos discursos, necesitamos soluciones», manifestó un vecino a la prensa.

La catástrofe de Bahía Blanca no es un fenómeno aislado ni impredecible. Desde hace años, estudios hidráulicos alertan sobre la necesidad de obras de infraestructura que mitiguen los efectos de lluvias extremas. Sin embargo, la falta de inversión en prevención convierte cada temporal en una tragedia anunciada. En este contexto, el pasaje fugaz de Milei por la zona afectada no es más que un montaje político: ni hubo anuncios concretos, ni compromisos serios de asistencia.

El modelo de gestión que Milei despliega en crisis como esta es sintomático de su gobierno: improvisación, hermetismo y desinterés por las necesidades reales de la población. No sorprende que su visita haya estado marcada por el secretismo. Al final del día, la estrategia de la Casa Rosada es clara: evitar el contacto directo con la desesperación ciudadana, encapsular la información y vender una imagen fabricada de «gestión efectiva» que solo existe en las redes y medios afines.

La crisis en Bahía Blanca pone en evidencia, una vez más, la distancia abismal entre el gobierno de Milei y la realidad social del país. Mientras el presidente se resguarda en burbujas de propaganda y evadiendo el contacto directo con la población, los argentinos continúan padeciendo las consecuencias de un Estado ausente y una política que elige la imagen sobre la acción.

El desastre climático en Bahía Blanca será recordado por la resiliencia de sus vecinos, la desidia de las autoridades y la visita relámpago de un presidente que prefiere gobernar a puertas cerradas, antes que enfrentar la realidad que su propio modelo de país está profundizando.

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